Viaje al fin del mundo, Chile primavera de 2015
VIAJE AL FIN DEL MUNDO, CHILE
De la experiencia cubana, entre otras cosas, me ha quedado una tremenda aversión a los viajes transoceánicos, transatlánticos o como quiera que corresponda llamarlos. A Cuba, eran tiempos pre-crisis, me enviaron en clase business, y aún con eso no fui capaz de pegar un ojo en las once horas de viaje, después, con la llegada de las vacas flacas, y me temo que ya quedará para siempre, el infierno de la clase turista es lo que paga el ministerio y lo mismo da que sea un viaje corto o uno de catorce horas, como el que me ocupa ahora.
De Chile no me pude escaquear y desde que llegó el billete, a primeros de mayo, la cosa empezó a pintar mal. Billete de agencia ministerial, de clase ínfima y precio altísimo, ni siquiera permitía el check-in vía internet de modo que la cosa olía a asiento interno, sin el escape de algún estiramiento de piernas a través del pasillo. Cuando llegó el momento, mi camino al aeropuerto no era como el de Jesús hacia el Calvario, no hay que exagerar, pero olía a condenado.
Después de hacer el check-in en las maquinas evitadoras de colas, me armé de valor y me fui al mostrador a probar suerte con la chica de Iberia. El sex-apeal de los treinta ya no funciona de modo que me puse en clave otoñal a ver qué pasaba y enseguida pude leer en sus ojos un “!qué majo¡ es como mi abuelo”. ¡Bingo¡ asiento en la fila de bebes, con esa amenaza incluida, pero no importa, conozco bien esa fila y allí se pueden hasta cruzar las piernas. Me voy para adentro contento y relajado. El viaje sigue siendo largo pero ya no tan terrible.
Del viaje poco queda que contar. Efectivamente había bebe, llorón, pero no demasiado y, además, en una finta final, logré colocar a una pareja germano-chilena de por medio. Me vi un par de películas entre cabezada y cabeza, todas muy cortas, las cabezadas, pero suficientes para llegar en condiciones a Santiago.
El vuelo cruza los Andes al norte del Aconcagua y luego gira al sur hacia la capital. Para nuestra desgracia el comandante tenía prisa y este giro lo hizo con veintitantos minutos de adelanto, suficiente para que los Andes fuesen solo una masa oscura recortada contra el rojo y oro del amanecer. Al sur del Aconcagua esta el Paso Libertadores que conecta Santiago y la ciudad de Mendoza por carretera en solo cuatro horas. Por allí cruzó el general San Martín, pasando penalidades varias y después de dar vida a Buenos Aíres, con el Ejército de los Andes, tomando a los
absolutistas/realistas por la espalda; le acompañaba Bernardo O’Higgins, hijo del último Capitán general y prócer de la patria chilena. Eso de que los hijos te salgan rana, como es sabido, es historia vieja. Después, San Martín, subiría Pacífico arriba para emancipar el Perú y harto de unos y de otros, y tras una conversación con Simón Bolívar que nunca se sabrá en qué consistió –yo creo que ahí acabó de hartarse-, tomó el barco para Europa, autoexiliándose en París y viviendo allí hasta su muerte gracias a los subsidios de un compañero de armas del Ejército español. Para mí, San Martín ocupa el segundo puesto entre los grandes hombres hispanoamericanos, justo detrás de Francisco Miranda. Casualmente, o será por ello, ambos eran oficiales del Ejército español.
En torno a esta ciudad se ubican las mejores viñas de Argentina y por eso, cada vez más, se observa la llegada de grandes bodegas españolas que, ante la subida de temperaturas en nuestro país y la previsible caída de la producción, se posicionan en esta prometedora zona. A Mendoza las viñas llegaron de mano aragonesa, al menos eso me contaron hace tiempo. La patrona de la ciudad es la Virgen de la Carrodilla, sierra pre-pirenaica que va a continuación de la Sierra de Guara, termino municipal de Estadilla, en el Somontano de Barbastro. En el santuario que le dedican en Mendoza la tienen con una pintura al fresco en la que dos baturros le hacen una ofrenda de racimos de uva ¿Por
algo será? ¡Digo yo¡
Esta historia la conozco porque hace años, estando yo de capitán en Barbastro, hubo un viaje oficial a Mendoza para visitar las unidades de montaña argentinas que allí se ubicaban. Yo no tuve la suerte de participar pero, los afortunados, lo fueron tanto que años después aún hablaban, y no paraban, de tal acontecimiento. Ellos llegaron sin nada saber de tal patronazgo mariano pero en cuanto los mendocinos conocieron de su filiación todo fueron agasajos. Tuvieron que resistirse para que no los hiciesen hijos predilectos de la ciudad.
Durante los últimos minutos se podían apreciar las distintas líneas de las sierras pre-andinas con alturas de más de 6000 metros dominándolo todo. Abajo, en el valle, algunos núcleos importantes, por el tamaño de las luces, y hacía arriba, decreciendo, grupos más pequeños, hasta acabar en lo que debían ser solo aldeas. Llegando ya a Santiago una densa niebla matinal cubría casi todo. Esta entrada me recordaba una que hice hace años en Asturias, era un vuelo militar y supongo que usó una aerovía particular porque bordeamos la costa con los Picos de Europa a nuestra izquierda. En Chile la disposición era la misma, bastaba dividir por tres o por cuatro las grandiosas dimensiones para repetir el cuadro.
En el aeropuerto nos recibieron los de inmigración con más colas que en Nueva York. Me recordaba los trámites cubanos, con esos trasnochados papeleos que no acabo de comprender para que les sirven. En Marruecos, con todos los prejuicios que les otorgamos, las cosas son mucho más simples y rápidas.
Después de este trámite nos encontramos con la sorpresa desagradable, huelga de aduaneros, para ser exactos, huelga de celo de aduaneros. Una cola inmensa que va y viene, que se retuerce por entre los escaparates de las tiendas de perfumes y licores para alegría de sus dueños y desespero de los maridos que contemplan entre resignados y preocupados como sus mujeres llenan las cestas mucho más allá de lo que un día normal hubiese permitido. Dos horas y media de espera antes de salir al salón de llegadas. Ha costado pero ya estamos en Santiago.
VIAJE A CHILE 2
Nuestros anfitriones nos esperaban pacientemente más allá de los simpáticos
aduaneros y en el traslado al hotel pude darme cuenta de que Santiago es una ciudad
mucho más grande de lo que me había imaginado, casi 7 millones de habitantes me
dijeron. Sus dimensiones han provocado una macrocefalia en el país que supone un
claro desequilibrio en casi todos los aspectos, afectando a la distribución de la
población y de paso a la distribución de la riqueza regional.
La ciudad no solo tiene a un lado la barrera de los Andes, también la empareda la
cadena litoral por el otro lado y al norte otros cerros acaban encajonándola. Solo
parece estar abierta hacia el sur por donde, en el invierno austral, llegan los fríos aires
procedentes de la Antártida barriendo y purificando el ambiente. Ahora estamos aún
en otoño, tiempo de anticiclón e inversión térmica y por eso las nieblas matinales que
yo había visto, me dicen, no son tales, si no contaminación, tanta que hoy están en
estado de alerta y está prohibido salir a los coches que aún usan gasolina sin plomo.
Bien empezamos, pienso.
Como tenemos el día libre hasta las ocho de la tarde, después de una ducha rápida, y
acompañado de mis dos compañeros de viaje, que llegan desprovistos de planes, me
lanzo al centro de la ciudad a buscar el Museo de Arte precolombino, que tiene fama.
El taxi nos deja cerca y cuando llegamos, primera decepción, los lunes está cerrado. No
hay que desanimarse. Otras cosas interesantes habrá.
Aprovechamos para pasear el centro, lo primero la Plaza de Armas, con la Catedral,
nada espectacular, ni la Catedral ni la plaza. Enseguida vemos que no hay orden. Todo
tipo de alturas, algún edificio antiguo, pocos, y todo con una cierta pátina de descuido,
todo muy gris. El famoso palacio de la Moneda, un poco más allá, famoso tras el golpe
de estado de Pinochet, no es más que un edificio del S. XVIII, no particularmente
llamativo y, para su desgracia, esta acogotado entre líneas de edificios, con pinta
oficial, que lo doblan en altura y lo asfixian.
Cogemos la famosa calle Puente, peatonal y bulliciosa. Mucha gente, gente gris como
los edificios, no veo tipos ni tipas dignos de recuerdo. Más tarde me explicarán que
Chile, detrás de la macroeconomía aparentemente boyante, esconde graves
problemas sociales con una gran masa de asalariados que se las ven y se las desean
para llegar dignamente a final de mes, con grandes cinturones de villas -infraviviendas- alrededor de la ciudad.
La calle no está limpia, el mobiliario urbano descuidado, vendedores de cualquier cosa,
y bastantes perros sueltos ya que, al parecer, existe un pujante movimiento de defensa
de los animales que impide su control. También vemos bastante policía,
particularmente de los famosos carabineros. Llevamos ya un buen rato y me sigue
pareciendo una ciudad fea.
Al final de la calle, salimos a la zona más abierta del centro de la ciudad, buscamos la
Estación Mapocho, una monumental estación ferroviaria de principios del S. XX que
ahora funciona como sala de exposiciones y eventos. También está cerrada
preparando una inauguración. Hoy no es mi día. Pese a todo logramos apreciar su
espectacularidad e imaginar lo que sería en la época de su construcción.
Nos queda aún la joya de todos los documentales de viajes, el Mercado Central que
está allí cerquita. Sus famosas pescaderías, de las que hoy lunes solo están abiertas
unas pocas, no superarían la inspección de un recién titulado español en veterinaria,
ciertamente no animaban a hacerse parroquiano. Solo nos quedaba ir a la zona
central, zona de restauración especializada en el atraco de guiris pero, el programa
solo nos daba esta oportunidad para ir por libre, y con un poco de insistencia por mi
parte, decidimos ofrecer nuestro cuello al sacrificio del verdugo.
El Mercado central es también de la época del la Estación Mapocho, La típica
construcción de estructura metálica, de las que la Torre Eiffel puso de moda por todo
el mundo. En los pasillos laterales se ubican las tiendas de todo tipo con especial
profusión de pescaderías y en el espacio central, con amplios vanos acristalados, se
ubican varios restaurantes. Nos fuimos a uno con banderas españolas y asturianas.
Luego vendría el dueño a saludar y descubrimos que acá llegó con dos años, aunque el
hombre se esfuerza por ejercer su asturianía.
Se trataba de degustar algo de la tierra así que pedimos unos chocos, una especie de
caracol marino, supongo que de la zona sur del país, y unas angulas, todo ello regado
con un blanco nacional. El tal Choco estaba bueno y las angulas eran parientes en
tercer grado, en el mejor caso, de las asturianas; el vino un pelín afrutado, lo que no
tiene por qué ser un pecado, simplemente, a mí, me gustan los secos. Ya acabando
llegó el compañero destacado allí, que enseguida nos previno sobre el clavo que nos
iban a meter, cosa de la que ya estábamos persuadidos, aún así, había que probar por
libre, era la única oportunidad en el programa.
De allí nos llevaron al barrio moderno, en la zona de la avenida Providencia, zona
grande, amplia, de embajadas y de sedes de firmas nacionales y extranjeras. Por
definirlo de algún modo, el típico barrio moderno de cualquier ciudad moderna del
mundo moderno. Edificios altos, con mucho cristal, aceras amplias, restaurantes, y
gente guapa de la de todas partes, ellos con trajes de Emidio Tucci o similar y ellas muy
de Zara. Vamos, que ni en Milán.
Las avenidas principales de este barrio albergan grandes edificios de oficinas y las
laterales se dedican a los edificios de apartamentos, antes había muchas embajadas,
ahora quedan pocas, entre ellas la española, en un edificio clásico de dos platas que,
según me cuentan, vale una millonada por su ubicación pero que España no tiene
intención de vender.
En la entrada de este barrio se encuentra una enorme torre con forma de supositorio
estilizado, torre que al parecer cuenta con el primado de Iberoamérica en cuanto a
altura se refiere, gigantesca. Es, o mejor será, una torre de apartamentos cuando el
dueño se decida ya que, aunque terminada hace tiempo, el promotor ha decidido
esperar a que la crisis pase para empezar la venta de los apartamentos. La noche
siguiente, camino de una cena, pasaremos cerca, y toda ella a oscuras, salvo uno de los
últimos pisos que se mantiene con luz, me hace recordar la torre de Mordor, la del
señor de los anillos. Da un cierto pavor semejante mole negra en medio de las luces de
los grandes edificios con sus oficinas iluminadas al modo de Nueva York. ¡Qué cosas se
ven¡
Nuestro compañero nos llevó a comer a un peruano porque, según él, la cocina chilena
no vale gran cosa, y dejo claro que fue comentario suyo porque nosotros estábamos
en blanco al respecto. No recuerdo lo que tomamos pero si me quedo con el sabor del
Pisco Sauer que tomamos de aperitivo y yo no conocía.
De vuelta al hotel pude observar que hay muchas universidades. Pregunté y me
explicaron que todas ellas son pequeñas y con dos o tres facultades nada más. El
sistema, pese a que tras la Emancipación contaron con Andrés Bello, un venezolano
extraordinario, cosa rarísima, que puso en pie toda la enseñanza, hoy en día es una de
las grandes taras de la sociedad chilena. Un sistema casi totalmente privado, muy caro
y que deja fuera a las capas más humildes. Estos días acaba de sancionarse la última
reforma que ha suscitado, de nuevo, grandes manifestaciones estudiantiles, de
rechazo por supuesto, y uno, que viene de fuera, no puede por menos que
preguntarse cómo es que la presidenta Bachelet no atacó el problema en su primera
presidencia.
De la parte de Santiago poco más hay que contar, trabajo y algunos compromisos
sociales, entre ellos una cena en la embajada que tardaré tiempo en olvidar. Para mí
no era la primera de este tipo pero resultó distinta de todas las anteriores, sin duda
gracias a su excelencia el señor embajador y su verbo inabordable. No contaré los
detalles para no lesionar la marca España, pero estas líneas, a mí, me servirán de
recordatorio cuando pase el tiempo.
La última tarde nuestro colega nos subió al Cerro San Cristóbal, en el centro de la
ciudad y dominándola. Unas vistas excelentes, una pena que, como ya comenté, los
Andes estuviesen sin nieve y, si no tanta como el primer día, aún había algo de
contaminación.
Seguro que esta ciudad guarda aspectos maravillosos pero, en un viaje tan corto, con
la tensión que siempre se lleva con las reuniones y el dolor de espalda iberiano que no
me abandonó en los tres días, la historia dio de sí lo que podía dar y me temo que yo,
hasta allí, no creo que vuelva.
Raúl Suevos
En Madrid, junio de 2015
VALPARAÍSO Y VIÑA DEL MAR
Nuestros anfitriones no querían que nos fuésemos con una pobre visión de su país y como no había tiempo para visitar alguna de las muchas maravillas que Chile atesora, al menos eso nos muestran los muchos documentales que he visto en la 2, decidieron llevarnos el último día a ver estas dos ciudades.
Salimos de Santiago rumbo al Pacífico, a lo largo de la vía Costanera, el gran eje que corta en dos la ciudad capital. El paisaje no es prometedor, más bien ralo, con matojos y algunas arboledas de poca talla, nada de frondosos robledales o cualquiera otra especie arbórea.
Superamos una especie de puerto de tercera en el que, para limitar los daños a la imagen, algunos pinos hacen su aparición, tampoco en abundancia. Lo siguiente es un valle, importante para nuestros amigos chilenos, que se muestran muy interesados en que tomemos nota de los abundantes viñedos, y cierto es que son abundantes, aunque el día no está colaborador y una luz grisácea, tamizada por las nubes altas que nos acompañan desde la capital hace que todo el paisaje pierda alegría y substancia. ¡Qué le vamos a hacer¡
En una de las zonas más amplias del valle, con líneas infinitas de viñas a ambos lados de la autovía, vemos, acomodada a media altura de una ladera, una enorme construcción encalada a la que se llega por una larga avenida flanqueada de cipreses. Es, me cuentan mis solícitos anfitriones, la sede de una famosa bodega española, una más de las muchas que se están asentando en Chile, después de haberlo hecho en la zona de Mendoza, en Argentina. A mí, que no soy experto en vinos ni en bodegas, no me emociona y me parecen más bonitas las viñas que se ven en la Rioja cuando voy camino de Asturias por la autopista. Es posible que sea subjetividad nacionalista pero la verdad que el día, tan gris, no acompaña.
Después de este tramo viticultor vamos aproximándonos a Valparaíso; nos lo explican los chilenos a partir de la zona de montes quemados que corresponden a los barrios exteriores que fueron pasto de las llamas hace poco más de un año. Yo me pensaba, cuando la TV nos trajo la tragedia al salón de casa, que se trataba de zonas residenciales de clase alta pero rápidamente me explican que, al contrario, eran zonas de gente humilde que habían ido construyendo ladera arriba de forma absolutamente salvaje, sin ningún tipo de control ni intervención urbanística por parte de las autoridades.
La idea de traernos a esta ciudad parte de la premisa de que ha sido declarada patrimonio de la UNESCO y, se supone, es una maravilla que nos dejará epatados. Nos van explicando que Valparaíso está rodeada por cerros, 14 creo recordar, y que, desde que se convierte en el puerto del país y segundo centro económico, sufre un constante proceso de migración interna. Las clases humildes empezaron a construir en las laderas que rodeaban el puerto, sin orden ni concierto, casas de adobe recubiertas de madera para protegerlas del desgaste de la lluvia, madera que después se pintaba de colores vivos; los techos, en su mayoría, se cubrían con laminas de chapa ondulada, más ligeras que el techo normal y menos peligrosas en caso de terremoto. Con el tiempo la ciudad ha seguido creciendo y ahora la superposición de casas pintadas llega hasta la parte alta de los cerros, de todos los cerros, allá por donde se inició el reciente incendio. El conjunto resulta bastante espectacular y lo completa el sistema de ascensores cremallera que llevan desde la parte baja hasta algunos barrios en las zonas altas.
En el centro de la ciudad lo primero que nos encontramos es un tremendo edificio, no me sale otro adjetivo, enorme, casi gigantesco respecto al entorno, moderno, ni feo ni bonito, es el parlamento chileno, traído aquí por Pinochet, me dicen con sorna mis acompañantes, que para que no le tocasen las narices en Santiago. Su puerta principal está flanqueada por dos hermosas placas, en una se lee O’Higgins. Bernardo, el padre de la patria, lugarteniente de San Martin, hijo de Capitán General, masón y gran reformista, o más que reformista constructor, también militar, si bien, más que de carrera, hecho a la carrera.
La otra placa se refiere a Carreras, Juan Jose Carreras, jefe del primer gobierno tras la declaración de independencia, un auténtico revolucionario, demasiado progresista para aquellos tiempos y con ideas casi leninistas y aplicación sin duda estalinista, aunque él no lo supiese. Demasiado para el momento y, como Josif, demasiado personalista también.
En los combates contra los realistas Carreras resultó un fiasco y fue O’Higgins quien resolvió la papeleta. Queda un episodio de gran mezquindad en la batalla de Rancagua en la que O’Higgins está copado por las tropas del virrey, llega Carreras con los refuerzos y viendo la situación apurada del primero se da la vuelta y lo deja a merced del enemigo. Se escapará O’Higgins por los pelos y después, ambos bandos, tienen que salir a escape a través de los Andes hacia Mendoza unos y a Buenos Aires los otros.
En Mendoza quien manda es San Martín que está poniendo en pie el que será el Ejército de los Andes, emancipador de Chile y el Perú. O’Higgins se pondrá a las ordenes de General y acabará como su lugarteniente, en cambio Carreras se dedicará a confabular y acabará fusilado junto con su hermano.
Con estas premisas yo me pensaba que Carreras sería un figura denostada en el país y de ahí mi sorpresa al ver las dos placas en el Parlamento. Me cuentan que los chilenos están con el corazón partío con sus dos figuras históricas, si a uno le otorgan la salvación de la joven patria al otro le dan la responsabilidad de la construcción de las primeras instituciones base de lo que Chile fue posteriormente.
El centro de Valparaíso se pega al mar, a la famosa bahía, que en realidad es el antepuerto, donde fondean un buen número de buques de todo tipo, entre otros ese día, el Esmeralda, el buque escuela de la Armada chilena. En el mejor sitio está el edificio del Estado mayor de la armada, en una hermosa plaza presidida por un impresionante monumento en mármol dedicado a la tripulación del antiguo Esmeralda, caídos en los primeros combates de la Guerra del guano. Son el gran referente moral de la Armada chilena y el lugar donde se celebran los actos honorífico-festivos de toda comitiva o autoridad que pasa por Valparaíso.
De allí nos fuimos a ver los cerros de cerca, ascensores mediante, y pudimos deambular un rato por las callejas, muy empinadas y llenas de esas casitas coloreadas que son representación de la ciudad. Comprobamos que ahora ya no se construyen en adobe sino en ladrillo, y la madera de la cobertura se ha convertido en chapa ondulada, la que antes iba a los techos que ahora se cubren con uralita. Todo muy bonito, con algunas de ellas convertidas en hotelito con encanto y muchas otras dedicadas al alojamiento de estudiantes extranjeros, especie muy abundante en la ciudad al parecer. La parte menos bonita la representan los habitantes tradicionales que con lo de la UNESCO y el ponerse de moda la ciudad han visto como los precios de casi todo se han disparado y ellos, poco a poco, se están viendo empujados hacia los barrios más externos, aquellos del incendio.
En el paseo nos paramos en uno de esos hotelitos que, además, es restaurante y con unas espectaculares vistas sobre la bahía y Viña del Mar que se encuentra al otro lado de la bahía. Paramos para tomar un qué que resulta en Pisco Sauer, pero con sorpresa, ya que los chilenos lo piden peruano, elección a la que nos sumamos los españoles con muy buenos resultados. En resumida cuenta, cuando tengáis la opción decidiros por el peruano que está mucho mejor, más fuerte, menos dulce, con un sabor final muy superior al chileno.
Yo oí hablar de Viña del Mar por primera vez, creo recordar, cuando Francisco, el cantante, gano el festival del mismo nombre, y a mí, por aquello de la distancia y el Pacífico me sonaba a Acapulco o también a Hawái y, la verdad, no estaba preparado para descubrir el Benidorm de aquellos pagos. En fin, que todo muy amontonado sobre la playa, mejor dicho, las playas; mucho supercondominio con muchos pisos y terrazas mirando al mar, y lo dicho, mucho Benidorm. La vegetación de la parte baja cuenta con algunas palmeras adornando hoteles y apartamentos, también de vez en cuando luce algún cedro pero, en general, aquello también recuerda la ausente vegetación de la zona de Benidorm. Poca gente, estamos en otoño, aunque en el verano austral, me dicen, aquello es un hormiguero. En Chile no eres nadie si no veraneas en Viña del Mar.
Raúl Suevos
En Madrid, junio de 2015
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