Carlos se ha ido a galopar
Carlitos es el Charli, el Charli
Ruiz Lapresta, uno de los grandes jinetes de nuestra promoción, es decir, de
Caballería, un arma con escasos elementos, y la escasez, ya se sabe, es en sí
misma una nota de distinción. Pero Carlitos tenía elementos propios para
hacerse distinguir.
No era natural de Zaragoza, aunque se había mimetizado y físicamente
respondía a lo que uno espera que sea un maño. Un cuerpo recio y cuadrado; royo
le dicen en Aragón, con una cara ancha y de expresión bonachona enmarcada en
una sonrisa; una cara que parecía hecha
para llevar permanentemente puesto un cachirulo a la cabeza, el pañuelo
aragonés.
Carlitos y yo nunca coincidimos
en la vida profesional. Nos rozamos hace ya años, jóvenes comandantes, cuando, recién
adquirido el reconocimiento oficial de lengua francesa pasamos a estar en el
disparadero para ser enviados forzosos a Ceuta. A ninguno de los dos nos
apetecía y un matiz, que ya no recuerdo, nos hacía dudar sobre cuál de los dos
sería el agraciado lo que nos tenía a ambos en un sin vivir, hasta que apareció
un voluntario que nos quitó de golpe la ansiedad. La anécdota sirvió para
estrechar un poco más la hermandad que la Academia nos da a todos.
Las habilidades de Carlitos no
iban con la bandurria de los baturros ni los caballos de los jinetes. Lo suyo
era la pluma. Era el escritor de la promoción, un estajanovista de la
producción literaria en estos últimos años, como si intuyese que no tendría
tiempo para expresar y contarnos todo lo que tenía dentro. Lo hacía además sin
aspavientos, sin alharacas, como avergonzado de que uno de caballería pudiese
dominar la pluma de aquella manera. Pero la dominaba, lo hacía muy bien.
Trabajaba estupendamente la
novela, algo que requiere imaginación y que a mí me parece que es un regalo que
la naturaleza le hace a muy pocos; pero donde más disfrutaba, creo, era en el
ensayo histórico. Hace unos años me puso en la difícil tesitura de presentar
una de sus obras, sobre Cuba y Filipinas, y pude comprobar hasta qué punto era
meticuloso y trabajador en la construcción de sus trabajos literarios. Algo más
tarde me pasó la ponencia que llevaba a un congreso de historia sobre la gran
intérprete y traductora de la historia de España, doña Marina, la Malinche, y
de nuevo pude calibrar la profundidad de sus empeños.
Raro era el año en el que no
tenía obra para publicar, y lo suyo era llevar más de una en preparación. En la
última reunión de la promoción, en Zaragoza, lo echamos de menos, estaba ya
peleando con el bicho aunque aún no lo sabíamos. En marzo pude visitarlo en la
Quirón donde estaba ingresado; allí estaba Patricia, la compañera de toda una
vida, y aunque ya había tenido un susto importante ambos estaban animados y se
encomendaban a la Virgen de la que allí tenían una hermosa talla, regalo de un
antiguo profesor de la promoción y después compañero de Charli. Ella le
arropará ahora.
De aquel ingreso se fue para
casa, para recuperarse lejos del coronavirus que entonces entraba de lleno en
los hospitales. El Jueves Santo fue un mal día y tuvo que reingresar, desde
entonces procuraba llamarlo, lo justo para dar calor sin atosigar. Hablábamos
sobre todo de lo suyo, literatura, y pude recomendarle El hombre que amaba los perros de Padura que se hizo llevar al
hospital y le encantó, y que yo me volveré a leer en su homenaje.
El sábado hablamos por última vez.
Estaba muy flojito, pero hablamos de futuro.
Galopa Carlos, galopa.
Raúl Suevos
A 14 de mayo de 2020
Descanse en Paz.
ReplyDeleteBonito y emocionante panegírico.
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ReplyDeleteGracias por tus palabras Raúl. Reconfortan en un momento tan triste. El cariño y el aprecio tuyos y de todos los compañeros por él nos sirven de mucho.
ReplyDeleteMi más sincero agradecimiento. Un abrazo.
Carlos Ruiz Used
Hermoso homenaje, muchos altos valores humanos atesoran estas líneas. D. E. P.
ReplyDeleteMuchas gracias. Un buen retrato del gran hombre que ha sido.,intentando siempre hacer lo correcto, amando a todos, sus amigos y, sobretodo, a su familia.
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