La guayabera de Su Majestad.
Esta mañana los Reyes de España, dentro de esa silente,
continua e irreductible batalla que el Rey Felipe lleva a cabo para impedir que
el insano ambiente político nacional lo arranque de los corazones de los
españoles del común, han visitado Sevilla, específicamente el barrio de las
3000 viviendas; un barrio que la mayoría conocemos por distintas noticias
–siempre de carácter negativo- que los medios de comunicación social nos
acercan con cierta frecuencia.
Me ha llamado enormemente la atención el atuendo de S.M., una
guayabera de lino azul cielo que algún asesor ha debido aconsejarle con muy
buen gusto y sentido común, pues es una prenda extraordinariamente apropiada
para la ocasión. Esta mañana en Sevilla caían unos 36 grados a la sombra, con
una suave brisa que, subiendo por el Guadalquivir, debía dar una bochornosa
sensación de humedad. Pero al Rey no se lo contaron todo.
Yo descubrí la guayabera hace ya unos años, en Cuba. Mis
obligaciones me imponían distintos actos con traje y corbata lo que podía convertirse
en un auténtico suplicio. En la contraparte cubana me encontraba con una
especie de camisa de llevar por fuera que, de entrada, provocaba mi envidia. Al
poco de llegar, el gobierno cubano declaró la guayabera como prenda de
protocolo; bastaba con ponerle puño doble y, en su caso, acompañarla con unos
adecuados gemelos, allí yugos.
En cuanto pude me hice confeccionar una guayabera, esperando
con ello alcanzar el paraíso tropical, pero los inicios fueron frustrantes. La
sensación de las gotas de sudor corriendo por la espalda en medio de un
discurso o una simple conversación, además de incomodidad, incapacitan para
prestar la atención debida a lo que estás haciendo. Es un pequeño suplicio que
los isleños parecían tener superado.
Un amigo habanero me confió el secreto de la felicidad. Una
simple camiseta de tirantes, mejor de hilo que de algodón; ella se encarga de
enjugar esa posible formación de sudor y de evitar que esas malignas gotas
entablen una competición a ver cuál de ellas es la primera en llegar a la
cintura de tu pantalón. Ese día descubrí el placer de la mundanidad habanera y
me encargué dos nuevas guayaberas, una de ellas de protocolo.
En Aranjuez, un año después y aprovechando de mi oficial
vecindad habanera, participé en una acto en el que los varones estaban
obligados al traje oscuro o el uniforme, y allí me presenté con mi guayabera de
protocolo, blanca, de lino, con botones de nácar y ostentosos gemelos del mismo
material. Podía leer la envidia y las ganas de asesinarme en algunos de los
compañeros de armas con lo que allí me reencontré, lo que me hacía disfrutar
doblemente de mi guayabera.
Alguien debería decirle al Rey que se ponga una camiseta de
tirantes bajo su guayabera.
Raúl Suevos
A 29 de junio de 2020
Versión en asturiano en repdiv.blogspot.com
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