Leal, cronista de La Habana



Recién instalado en La Habana, allá por el 2010, descubrí dos especies naturales que me asombraron. En el jardín de casa un zumbido me llevó hasta una especie de pececillo, entre azul y violeta con tonos metálicos, suspendido en el aire a la altura de una flor; era un colibrí, el primero que veía al natural en mi vida después de tantos documentales, y me produjo una emoción profunda. Allí les dicen Zunzun y son una de las muchas maravillas de la isla.
También esos primeros días asistí a un acto institucional que se cerró con un discurso de Eusebio Leal, Historiador de la ciudad, cargo que yo creí erróneamente que era como allí le decían al Cronista de la Villa, y que, en realidad, es una especie de ministro de patrimonio histórico de la ciudad capitalina. Desde sus primeras palabras me llamó la atención por el tono y la claridad de su voz; suave y melodiosa como una habanera, en un castellano perfecto; nada que ver con el hablar de los cubanos, a los que su alta e injustificada autoestima lleva a pensar que es el suyo el mejor del mundo hispano. Un discurso sin papeles, sin perder la ilación pese a los múltiples giros narrativos. Un discurso digno de un orador del siglo XIX, de esos que hoy es imposible escuchar.
Un año después, con ocasión del 500 aniversario de Baracoa, primera ciudad fundada por los españoles, pronunció un discurso extraordinario en el que los silencios sobre la Revolución o los Castro resultaban atronadores, de igual manera que su falta de recato al ensalzar la labor de España a lo largo de esos siglos en la isla. Es de suponer que Fidel, ya bastante gaga entonces, no se percatase, pero sin duda Raúl debió de tomar nota para en su momento pasar factura.

La oferta turística cubana sería la misma que la del resto del Caribe, playas y cocoteros, si no fuese por sus ciudades,  mantenidas en un profundo estado de hibernación y decrepitud iniciado el día que Fidel Castro entró en la capital. Casi todo se está cayendo tras decenios de abandono; Trinidad, Santiago, Cárdenas son buenos ejemplos, y La Habana Vieja llevaría el mismo camino si no fuese porque Eusebio Leal logró, ya como Historiador oficial, que Fidel le autorizase un proyecto de reconstrucción absolutamente innovador. Un proyecto que inició buscando antiguos ebanistas, forjadores, vidrieros, etc. que la salvaje nacionalización de Castro erradicara del tejido económico y social. Se empezó de cero, pidiendo subvenciones, en el extranjero claro, y todo desde el prestigio de Leal, que poco a poco recuperó edificios en los que reubicaba a sus propios moradores, a los que daba trabajo en las tiendas, restaurantes u hoteles que la Oficina del Historiador abría. Hoy La Habana Vieja, donde aún queda mucho por hacer, luce de nuevo en algunas de sus calles y lo hace con sus propios vecinos. La Habana Vieja no es una hermosa concha vacía, es, parcialmente, un barrio vivo, y se lo debe a Leal.

Con Fidel desapareció el fidelismo, teórica corriente a la que Leal pertenecía. Hoy todo es raulismo y a la Oficina del Historiador, algún tiempo después de lo de Baracoa, le eliminaron algunas de sus prerrogativas, especialmente las económicas, que pasaron a manos de los militares de López Callejas, el yernísimo de Raúl Castro, y ahora, con la muerte de Leal, su proyecto tomará una dirección más pragmática, más economicista, más de bella sin alma, como casi todos los cascos históricos.
Raúl Suevos
A 2 de agosto de 2020
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com 
Fotografias de Varadero y del Hotel Raquel en La Habana Vieja

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