Juventud, divina estupidez
En mi época de estudiante, eran otros tiempos, en régimen de internado y con una enorme componente física en el día a día, tenía un compañero que pregonaba como divisa vital que “polvo que no eches hoy no lo echarás mañana”, profundo pensamiento que muchos, por no decir la totalidad, compartíamos aunque no lo publicitáramos. La edad por un lado, la testosterona desbocada por otro, y por todas las esquinas la moral pacata y reprimida de aquella sociedad hacía que todos viviésemos esperando un mañana que todos imaginábamos más florido en todos los sentidos.
A la generación que hoy le toca disfrutar de la juventud el devenir de la patria le ha dado también una nación en la que su nivel de libertades, pese a lo que nuestro natural pueblerino nos lleve a pensar en muchas ocasiones, es envidiado por la mayoría de países de nuestro entorno. Nadie nos da lecciones en cuanto a la dimensión humana de nuestras leyes y lo avanzado de las mismas en relación con el resto del mundo. No parece que haya nada de negativo en ello.
Por otra parte, a la par que nos mostramos como sociedad muy avanzada en algunos aspectos, seguimos manteniendo atavismos que nos devuelven a lo que siempre han sido los pueblos que durante siglos poblaron nuestra patria. El individualismo es, posiblemente, el rasgo que de forma más duradera ha caracterizado a los españoles de una esquina a otra de la Península ibérica.
Decía Salvador de Madariaga, en su magna obra “España”, que el individualismo había sido a lo largo del tiempo el responsable de las mayores hazañas personales y también el culpable de la incapacidad del país para los grandes logros colectivos. Apuntaba que, curiosamente, ese individualismo se encontraba detrás del separatismo de algunos catalanes y, por ello mismo, era prueba del profundo españolismo de esos compatriotas. Muchos sociólogos opinan lo mismo y también lo hace más de un siquiatra.
Actualmente contamos, dicen, con la generación joven mejor preparada de la historia de España, afirmación que a mí me produce sensaciones encontradas puesto que en ella falta, creo, información adicional. ¿Hablamos de cultura o sólo de información? Ya que no me cabe duda que ciertamente estamos viviendo precisamente en lo que llaman sociedad de la información pero, sin una correcta digestión de la misma, con ella no se alcanza la cultura sino se perfecciona con ella a la persona, a su parte moral, al ciudadano. A ese que, impregnado del civismo que otorga la cultura, será llamado a construir una nación más preparada, fértil y feliz que la que vivieron sus padres.
La Pandemia está descubriendo detalles alarmantes. Por todas partes llegan informaciones de estudiantes que no pueden controlar su necesidad de relacionarse con sus iguales, fiestas, botellones, encuentros, etc. todo vale y en todas partes surgen nuevos focos de infección que después, en algunos casos, llegan a la familia de origen y acaban por alcanzar, de nuevo, a nuestros mayores, aunque se cobijen en las residencias geriátricas. La edad media de infección, que a lo largo del verano había bajado enormemente, vuelve a incrementarse y otra vez apunta a los ancianos que siguen igualmente inermes ante la infección y que volverán a ser los más perjudicados. Los que se supone destinados a ser el sostén de nuestra vejez deberían hacérselo mirar ¿O es que están por el ahorro de costes?
Raúl Suevos
En Gijón a 12 de octubre de 2020
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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