El tormento y el éxtasis
El virus ha lanzado a la calle a más de media España, pocos somos los que nos mantenemos atrincherados en casa y yo, uno de esos, he caído esta tarde, mientras zapeaba, en una de las muchas cadenas de televisión que hoy se ponen al alcance del mando a distancia. Una modesta pues emitía “el Tormento y el éxtasis”, película de los años 60 basada en una novela de Irving Stone, que puedo imaginar que no pagará muchos derechos de emisión dado lo añejo de su factura.
La ficción cuenta el proceso de creación del techo de la Capilla Sixtina por Miguel Angel Buonarroti, interpretado por un hierático, como casi siempre, Charlton Heston, y Rex Harrison como un poco creible Papa Julio II. Eran los 60 tiempos de recogimiento durante Semana Santa, mucho más radical que el actual confinamiento; tiempos en los que cada año se estrenaba una producción relacionada con los sucesos bíblicos, lo que convertía a la del florentino artista en poco menos que en una apertura cultural.
A mí la historia me trae recuerdos de Florencia; en las afueras, a unos pocos kilómetros, está el pueblo de Settignano; en sus canteras de mármol empezó trabajando de aprendiz Miguel Ángel, antes de entrar en el taller florentino del Ghirlandaio donde iniciaría el camino a la gloria. Allí, en Settignano, también se encuentra una de las villas de los Medici, muy visitada por los turistas, aunque mi referente nostálgico es la Capponcina, una trattoria que en los 90 ofrecía en su terraza pasta fresca, crostini toscani o vitello tonnato y que tomaba el nombre de la villa que durante años habitó Gabrielle d’Annunzio, el gran poeta italiano de finales del XIX y principios del XX. Allí vivió un tórrido y comentado romance con Eleonora Duse, la gran actriz italiana rival de la mismísima Sarah Bernhardt. Cuentan a quien quiere oírlo que d’Annuzio era cliente de la trattoria, pero no cuadran las fechas, una pena pues sería una bonita historia.
Ahora esas historias no dan para argumentos de novelas, ni de guiones; estamos en tiempos que la cultura la marca la velocidad de internet; todo está ahí, en la red, fácil, y además llega a velocidad vertiginosa, casi a la misma con la que se disipa lo que tan cómoda y regaladamente nos ofrece. La cultura, aquello que queda cuando se olvida lo leído, es fruto de un trabajo mucho más arduo, más constante, más humilde, más de años; algo que choca con el modo actual de vivir. Florencia es hoy solamente un punto más para coleccionar, un viaje más, quizás más interesante como escenario de series o películas que como cuna del Renacimiento, algo, esto último, que tal vez desaparezca del currículo escolar, como el latín, y en general las humanidades, todas ellas materias que ya apenas interesan. Una pena.
Raúl Suevos
A 3 de abril de 2021
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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