El golpe de Pablo Casado
Estos últimos días el asunto informativo ha estado bastante flojo. El virus se ha esforzado pero, como quiera que ya no parece matar tanto como al principio y los jóvenes interactúan igualmente como si no hubiera un mañana, es decir como siempre lo han hecho a lo largo de las generaciones, las cifras ya no asustan en la misma medida que lo hacían con la primera ola. Es lo que hay, hasta las pandemias acaban por desinflarse, pese al mayor y consecuente empeño de virólogos y epidemiólogos, que saldrán de ésta a base de prozac y psicólogos, me temo.
El equipo monclovita ha trabajado con denuedo por compensar esa falta de nervio informativo nacional pero, desde lo del paseo pigmeo con Biden, pudiera pensarse que nuestro incombustible doctor Sánchez ya no vende producto como antes y así, pese a los denodados esfuerzos por convencernos del alcance y altura de su viaje a los Estados Unidos, no parece que su mítica aureola haya servido para más que excitar la libido de alguna ama de casa yanqui en horario mañanero, y eso porque no conocen la versión mejorada que aquí nos ofrece de tanto en tanto Carlos Latre, más interesante incluso para los informativos. Una desolación lo de ese viaje.
Aquí, en el terruño, ha habido más movida. Camuñas, una vieja gloria de los tiempos de la UCD, se ha despachado diciendo que lo del 18 de julio no fue un golpe, afirmación que solo puede calificarse como grosería sociopolítica. Fue un golpe, y de libro, pero que solo debiera interesar ya a historiadores y politólogos; sin embargo, la afirmación, en presencia de Pablo Casado, llamativamente silente en la ocasión, ha desatado un griterío, y es que, en tiempos de esa mal llamada memoria histórica, hay asuntos que están condenados de antemano, tanto si hablas como si callas.
Casado, que no debió estudiar mucho mientras cursaba Derecho, debiera saber que un golpe es “un acto de autoridad, reflexivo, brusco e ilegal, contra la organización, el funcionamiento o las competencias de las autoridades constituidas, llevado a cabo según un plan previo por un hombre, o un grupo de hombres, reunidos en un cuerpo o un partido para tomar el poder, defenderlo, reforzar su posición o modificar la orientación política del poder”[i], es decir, lo planeado por el “director”, el general Mola, pero también algo que se adapta perfectamente al derribo previo del presidente de la república, Niceto Alcalá-Zamora, para colocar en su lugar a un Manuel Azaña que, cegado por su soberbia intelectual, estaba lejos de comprender que sus oportunistas aliados socialistas y comunistas solo lo necesitaban como mascarón de proa de un proyecto encaminado a llevarles, a ellos, al poder.
Si el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón Casado debiera centrarse en ese aspecto de la historia y no dejarse pillar en la trampa dialéctica del 18 de julio, en la que siempre llevará las de perder.
Raúl Suevos
En Gijón a 23 de julio de 2021
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
[i] https://www.academia.edu/41306351/Anatom%C3%ADa_de_un_golpe_de_estado
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