Jesús en la basura

 


Hace algunos días, mientras cumplía con mi cuota de altruismo en forma de reciclaje voluntario, me encontré con una imagen ciertamente insólita. Un viejo belén de plástico yacía al lado de uno de los contenedores, semiexpuesto fuera de una bolsa de plástico, como si alguien lo hubiese colocado intencionadamente esperando que, tal vez, alguna persona se apiadase del pobre belén y lo recuperase para su casa.

No se trataba de una gran pieza, puedo afirmarlo porque en casa hemos sido, seguimos siéndolo, bastante belenistas. Era un conjunto de esos que se pueden comprar en un chino;un portal con todos sus protagonistas dentro, apretujados en un pequeño espacio, como esos oKupas, de trágico recorrido, que a veces nos traen los telediarios a nuestra tranquilidad hogareña. Y es que la Sagrada familia, aunque sólo fuese por esa noche, aunque sólo fuese un aprisco, una tenada, una paridera, una cuadra, también era okupa.


Quizás esté demodé lo del belén, y el antiguo dueño del que nos ocupamos quisiese simplemente cortar con tradiciones que cada vez tienen menos espacio en nuestra sociedad. Y es que sólo hay que fijarse un poco en el entorno físico y también en el de los medios de comunicación. En el primero encuentro un engalanamiento de las ciudades, sobre todo en lo relativo a las luces, cada año más aséptico, más anodino, más geometrismos, casi totalmente exento de referencias cristianas. Hasta la estrella de Belén brilla por su ausencia. Y cuando nos paramos en los mensajes que lanza la publicidad, en cualquier tipo de soporte, también nos encontramos huérfanos de Navidad. La Natividad del Señor es hoy una entelequia que a casi nadie parece interesar. De ahí, quizás, la orfandad de ese humilde belén.

Alguno pensará que son los tiempos los que marcan esa deriva, y quizás no se percaten de que abandonando al Niño Jesús también dejamos de lado los referentes de nuestra civilización; y no sería importante si lo hiciésemos para abrazar nuevas estrellas guía en nuestro camino, pero la atrocidad de esta época es que nos están dejando desnudos de creencias en medio del páramo, sin darnos a cambio algo nuevo con qué abrigarnos.

La Natividad contiene un poder mucho más potente y profundo que los nuevos vellocinos, y debería preocuparnos que nos la quieran robar, como esa comisaria europea que pretendía felicitar las “fiestas de invierno”, pues sin ella, y el profundo mensaje que representa, nos quedaremos más indefensos en mitad de la batalla que representa lo cotidiano, máxime cuando bregamos con una pandemia para la que nuestros gobernantes no parecen tener solución.

Allí quedó el belén, esperando a alguien, y yo te deseo una serena Navidad.   

Raúl Suevos
A 17 de diciembre de 2021
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com

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