Mensajes

 

Llevo toda mi vida, al menos tanto como recuerdo, pasando la Nochebuena con una misma liturgia. El rito se inicia con el discurso del Jefe del estado, y utilizo esta expresión porque en mi infancia, la de una casa modesta asturiana, aún era el Caudillo quien entraba en nuestro hogar. Al principio lo hacía a través de la radio, después en una televisión en blanco y negro que había costado probablemente un sueldo, o quizás más, de mi padre. Siempre era igual, no nos sentábamos a la mesa hasta la finalización del discurso, algo que, a mi hermano y a mí, nos inquietaba, pues apenas prestábamos atención a Franco y sí a mi madre que aquella noche se esmeraba especialmente.

Después vinieron los discursos del rey Juan Carlos, y en estos últimos años los de su hijo, el rey Felipe. Podría presumir, pues, de ser un experto en discursos navideños, y algo de cierto hay en ello. Los de Franco, aunque yo los oyese como en sordina, por la edad, es presumible que salían de su propia voluntad, puesto que su régimen le daba esa prerrogativa. Los discursos reales, en cambio, como acto de la real persona, deben ser refrendados por el gobierno, es decir, que nada se dice sin la aprobación del inquilino de la Moncloa.

Dentro de esa concordia entre palacios, cabe imaginar que, en los primeros años, el joven monarca de un lado y el atareado Suarez del otro, funcionaban con una cierta laxitud en este menester discursivo pero, con el paso del tiempo, quedó claro que los gobiernos amarraban cuidadosamente los discursos del rey en general y el navideño en particular. Quizás con mayor control por parte de los “progresistas”, por su teórico republicanismo, y una aparente libertad del lado conservador, respetuosos de la institución monárquica, según dicen algunos.

Por todo ello, hace años que presto más atención al entorno, en el que imagino mensajes, que a las palabras, que intuyo sometidas al yugo de la egregia autocensura, y que, este año, me han parecido abusivamente gubernamentales por contraposición a la decoración, en la que me pareció ver crípticas declaraciones.

No es país para viejos España, emulando aquella premiada película. Una breve imagen de la Sagrada familia al inicio, que ya no volvió a aparecer fue el único destello de las viejas tradiciones, después, en cuanto a la Navidad, el permanente árbol y las flores de pascua, costumbres traídas del mundo anglosajón y que, como casi todo en la “nueva” cultura, parecían apoderarse del entorno, que en este caso alcanzaba también al marco pictórico, muy moderno, sin lugar para lo clásico.

Las fotografías, el mayor mensaje anual, nos traen el futuro de la mano de la princesa de Asturias. Detrás del rey, una imagen de la real familia y, por un momento, creí ver, como en una esquina, en la fotografía trasera, al rey Juan Carlos; pero no, era una ilusión; el padre de la actual España sigue proscrito, hasta en los mensajes. La España de hoy ya no perdona los pecados de bragueta, nos hemos hecho tan hipócritas como si fuésemos protestantes, ya no funciona el acto de contrición y la penitencia, aunque tengas 84 años. Una pena.

Raúl Suevos

A 25 de diciembre de 2021

Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com


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