La olla podrida hispanoamericana
Lo de podrida es un resultado de la evolución del lenguaje
puesto que, en su inicio medieval en Castilla, era “poderida”, de poderosa, ya
que en aquel entonces eran muy pocos los que se podían permitir “empoderar” el
cocido con unos añadidos del cochino, aquel que hoy ha puesto en cabecera de la
campaña electoral castellana nuestro imprudente ministro de consumo.
El paso del tiempo hizo que la “e” desapareciese quedando la
olla en podrida, pero igual de rica y nutritiva, con independencia del
colesterol. Después, las naves de la Corona llevarían esa olla por toda
Iberoamérica, dando nacimiento a los distintos pucheros y sancochos. Todos
ellos deliciosos aunque ninguno alcance los niveles de perfección del pote
asturiano. Ye lo que hay.
La política iberoamericana es un poco como esa olla, o pote;
siempre sometida al fuego, esperando que los productos den como resultado un
plato extraordinario pero, desgraciadamente, por algún motivo que escapa a mi
comprensión, o quizás no, de forma repetitiva el resultado es decepcionante.
Cuando no se les quema por exceso de fuego, son los productos los que llegan ya
pasados o, más frecuente, no alcanzan, ni de lejos, la calidad que prometían
antes de llegar a la cocina. Al final más de lo mismo.
Estos días se habla de la nueva oleada de “progresismo” que
llega al continente. La misma izquierda que en etapas anteriores, entre
promesas de justicia social, el gran problema de América, dejó una traza de mayor pobreza y desesperación de
la que encontró. En Chile un joven presidente recién elegido supone, en medio
de un proceso constitucional, una incógnita que su autoreferencia marxista
parece resolver desde el inicio. Brasil, tras el populismo de feria
protagonizado por Bolsonaro, tendrá que decidir entre Lula o su encarcelador
Moro, lo que no parece una promesa de felicidad. Perú navega en aguas
turbulentas bajo el ala del sombrero de su presidente indigenista de raíz
comunista. Pero es en el triangulo caribeño que forman Nicaragua, Venezuela y
Cuba donde se alcanzan las mayores profundidades de la desesperación humana;
tres regímenes que van más allá de la dictadura tradicional para entrar de
lleno en el viejo concepto de satrapía asiática en el que todo le es dado al
gobernante, y su familia, tanto en derechos como en riquezas, y nada alcanza a
los súbditos, que se ven sometidos al yugo impuesto desde el poder, del que
sólo cabe la huida, el abandono del país, para librarse de la opresión.
Las cifras de la emigración de esos naciones son demoledoras,
y aún más desoladoras si se tienen en cuanta los peligros infinitos que los
protagonistas arrostran con tal de abandonar su terruño. Todo por una olla en
libertad.
Raúl Suevos
A 21 de enero de 2022
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