La espada de José Tomás
Triunfó este pasado domingo el gran diestro en Alicante,
cuatro orejas, haciendo gala como siempre de su sentir trágico del toreo, su
estatuario dinamismo frente a la fuerza animal, y su legendaria entrega, quizás
por edad y lesiones en una de sus últimas tardes de apoteosis. Y en todo ello
no es la espada el elemento que le lleva a la gloria; no más que el conjunto de
su toreo incomparable. Ye lo que hay.
A mí, humilde aficionado de una plaza de antigua afición a
la que las decisiones políticas han dejado huérfana de su tradición taurina, me
viene, sin embargo, a la memoria, la figura de otro tocayo extraordinario, un
asturiano incomparable, José Tomás Bovés, caudillo –lo de líder me parece una
mariconada- de los llaneros venezolanos durante las guerras de Emancipación,
mal llamadas de Independencia, y que le dio para el pelo a Bolivar al frente de
sus jinetes hasta que, peleando en primera línea, cayó en combate. Después,
faltos de su dirección, se pasarían a las filas de los insurgentes, cambiando
con ello el curso de la guerra. Gran figura la de José Tomás.
Los llaneros no usaban la espada, ni siquiera el sable de caballería;
lo suyo era la lanza y tampoco es probable que Simón Bolívar, llegado a la
corte madrileña como joven oficial de la milicia caraqueña y sujeto del menosprecio
que en la capital le han dado siempre a los pueblerinos, fuese muy ducho en su
uso, aunque el tiempo pasado en Madrid fue suficiente para engendrar un rencor
hacia lo español que le llevaría a traicionar a su comandante, el “precursor”,
Francisco Miranda; y a declarar después “la guerra a muerte” al español. Al
final, tras dejar tras de sí un rastro de repúblicas divididas, enfrentadas
y endeudadas casi para siempre, sería un español quien le daría cobijo para
morir con una mínima dignidad.
Ayer en Bogotá iniciaba su presidencia Gustavo Petro, un
antiguo terrorista del M-19 que llega a la máxima magistratura colombiana,
como en otros países del hemisferio en ocasiones anteriores, cargado de
mensajes de esperanza, de hecho los que le han hecho ganar las elecciones, pero
que no cuentan con eficacia asegurada. Veremos.
En la ceremonia, con presencia del rey de España, tuvo el
señor Petro la ocurrencia de traer la espada de Bolívar, ante cuya entrada
todos los mandatarios presentes se levantaron, excepto el rey Felipe, al cabo
de las exigencias del protocolo pero con una idea clara de donde están los
límites, que permaneció sentado. Y yo se lo agradezco.
Bolívar tiene calles y estatuas en muchas ciudades de España,
quizás demasiadas.
Raúl Suevos
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