Los huertos de La Habana
Durante el periodo especial, los años de hambre que pasaron
los cubanos tras la caída de la URSS y la salida de los rusos de la isla
bonita, las autoridades promovieron la cultura de los huertos familiares;
cualquier rincón, azotea o patio era bueno para sembrar algo que pudiera ser
comestible, aunque tenía que ser proteína vegetal, como la que ahora promueven
los círculos veganos; la proteína animal estaba proscrita, como la crianza de
cochinos en las destartaladas cuarterías habaneras, que era buscada y perseguida
por patrullas especializadas como las que desde hace años se dedican a buscar antenas satelitales por las azoteas de
la ciudad, mucho más peligrosas para la salud del régimen que la proteína animal.
Ye lo que hay.
Cuando llegué en el 2010 a instalarme en la ciudad del
hispanocubano doctor Finlay, padre de la lucha contra la fiebre amarilla, a la
que Cuba gracias a él hizo frente, al contrario de lo que hoy sucede con el
dengue, transmitido por el mismo mosquito masivamente, me encontré ya con una
gran carencia en el suministro de verduras en los mercados capitalinos; había
escasez de muchas cosas y otras se conseguían con la vieja técnica que en
España conocemos como estraperlo. Hasta que alguien me apuntó la solución; los
huertos urbanos.
Eran estos huertos algo anormal para el régimen en cuanto que
funcionaban en un régimen cooperativista o casi privado, como las famosas
Paladares que la película “Fresa y chocolate” y la Guarida pusieron de moda
para el turismo mundial. Allí podía encontrarse una gran variedad de productos
a precios que no estaban al alcance del cubano de a pie, siempre a la busca de
la cantidad de proteína, de cualquier tipo, que le mantenga mínimamente saludable.
Hoy los hortelanos miran al cielo con preocupación.
El cielo está cubierto de humo negro, cargado de cenizas y
olor a petróleo quemado. Llega desde Matanzas, a cien kilómetros de la Habana y
pegadito a Varadero, donde desde el viernes arden los depósitos de combustible de
la central petroquímica allí ubicada. Dicen que todo comenzó con un rayo caído
sobre el primero de los depósitos. Mucho rayo o pobre sistema anti incendios, qué
más da. El caso es que hay bastantes bomberos desaparecidos, casi todos jóvenes
que cumplían su servicio militar y pertrechados seguramente con precarios
medios y sucinto adiestramiento, y aquello, tras el colapso de los tres
primeros depósitos no parece extinguirse. Hay para días.
Habrá que ver como acaban las verduras habaneras bajo esa
nube oscura, una más entre las desgracias que acosan al pueblo cubano; una más
después de más de 60 años de revolución castrista y en medio de un segundo
periodo especial.
Raúl Suevos
A 9 de agosto de 2022
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