Ventresca en el merendero
El merendero es una vieja tradición asturiana de la que van
quedando cada vez menos ejemplares, especialmente en su versión urbana.
Recuerdo con cariño en Gijón el que existía en el alto de Santa Olaya, entre el
barrio de la Calzada y el Natahoyo, al que iba con mis padres; también cuando llevaba a mis hijos al que se
ubicaba junto al rio Piles en lo que hoy es la gran rotonda que reparte el
tráfico en esa zona. Pero hoy hace falta coche para ir a un merendero, con una excepción.
A la entrada de la Guía, camino de Somió, aún permanece una
vieja casa de comidas, Casa Arturo, con su gran merendero de mesas y bancos de cemento en su
parte posterior. Quiero pensar que mantiene la secular costumbre de permitir el
acceso con comida y la obligatoriedad de comprar las bebidas, aunque no creo
que hoy la gente haga mucho uso de lo primero. Su carta sencilla y tradicional
mantiene el sabor y el atractivo que siempre tuvieron estos establecimientos.
Nosotros acudimos al reclamo de una receta poco conocida, la
ventresca al horno; y en la fase de aproximación, durante el paseo por la zona
del Bibio mi cabeza se iba calentando con la cantinela de mi hijo leyéndome las
malas apreciaciones que tenía en ese invento maligno que se llama Trip Advisor.
Según él íbamos a una total encerrona, aunque la ventresca ya estaba reservada
vía teléfonica y yo no estaba dispuesto a renunciar.
Una vez allí comprobamos que la Casa cuenta con varios
ambientes, la entrada tipo chigre, donde también se puede comer, más allá un
moderno y cerrado comedor, al que sigue, ya en el exterior, una zona de
terrazas cubiertas con mobiliario moderno, y, finalmente, un amplísimo
merendero con mesas de cemento y hasta zona de tobogán para que jueguen los
niños. Una delicia de merendero.
El pedido y servicio es como siempre, a cargo del cliente en
la barra, donde hay que hacer cola, como siempre, donde es posible que se
encuentre el origen de las malas calificaciones de algunos, poco acostumbrados
a este tipo de costumbres antiguas, y después de esa espera llega el momento de
los camareros de la barra, atareadísimos y pese a ello atentísimos, hasta el
punto de aconsejarnos recortar el pedido teniendo en cuenta el número de
comensales y el tamaño de los platos. También nos marcan tiempos para volver
desde la mesa a buscar en el momento adecuado la buscada ventresca.
Una delicia y sorprendente sorpresa esta ventresca al horno
que acompañada por unas botellas de sidra, echada por uno mismo sobre la hierba
del merendero, se hace aún más deliciosa, y por la cual felicito al cocinero
jefe a la salida, que me asegura que es una receta de su padre y que hará que
vuelva a saborearla cuando pase la oleada turística y antes de que se acabe la
costera.
Después, para bajar la cena, un agradable paseo, Piles
abajo, con el Molinón y la Feria haciendo de gendarmes, nos conduce al Muro, que
nos recibe con una densa y típica borrina de verano que me río yo de las
londinenses. Ye lo que hay.
Raúl Suevos
En Gijón a 11 de agosto de 2022
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