MIlán en invierno (I)
Es una ciudad que lleva siglos lidiando con la fama de ser la
más rica de Italia. Ahora le dicen capital económica del país pero, para
nuestra historia, queda aquello que decía el emperador Carlos: “Francisco, el rey
de Francia, y yo, sólo nos ponemos de acuerdo en una cosa, ambos queremos Milán”,
y es que ya entonces, tras el paso de familias de renombre a la cabeza del
ducado, como los Visconti, o los Sforza, la ciudad, capital de la Lombardía, tenía
fama de generar mucha riqueza. Hoy sigue así.
Con el programa Erasmus y los viajes de bajo coste, la que
antes era meca de ejecutivos al socaire de las distintas y abundantes
industrias que allí residen, ahora es un hormiguero de gentes de pelaje
diverso, y, por supuesto, variada raza, que pululan por todas partes con
especial atracción por la plaza del Duomo, la catedral, y sus diversos aledaños,
lo que hace que, en muchos casos, la visita a la ciudad acabe siendo para olvidar.
A nosotros, en visita familiar en la ciudad, nos pilló los
últimos coletazos de la penúltima borrasca, que ya no recuerdo si llegó a ser
bautizada. El caso es que, el pasado miércoles, con ligera nevada en la ciudad
hasta las diez de la mañana, decidimos aventurarnos en el centro, en plan a ver
qué pasa. Y pasó que estaba perfecta.
Bajamos en metro hasta Lima, en pleno Corso Buenos Aires, un
poco antes de la impresionante doble Porta Venezia, con sus tiendas de grandes
firmas y su gente guapa cargando bolsas de renombre, aunque con el frio
reinante sólo alcanzamos a ver una pareja de japoneses? Chinos? Cada día es más
difícil diferenciarlos. Ellos mismo eran un espectáculo de moda, sin necesidad
de la compra recién hecha. En un escaparate lucían unos tejanos
estratégicamente rotos combinados con un minianorak amarillo dorado, aunque
para no asustar no ponían el precio. Enfrente, el edificio de Armani sugería a
los mortales mirar para otro lado.
La calle, además de moda, tiene una colección de edificios
neoclásicos que quita el hipo, aunque todo parece en consonancia con el
entorno, incluso los tranvías modelo antiguo de los que la ciudad mantiene un
gran número. Al final torcemos a la derecha, y aunque se divisa ya el ábside catedralicio,
hoy en parte en obras y oculto por una superpantalla publicitaria, nosotros
buscamos otro tesoro, no siempre al alcance del personal debido a las enormes
colas, casi como las del Duomo. Se trata del pancerotto de la panadería Luini que,
hecho con pasta de pizza y relleno, en nuestro caso con mozarella y tomate, nos
vamos comiendo por la calle sin tener que esperar gracias al frio del día.
Continuará.
Raúl Suevos
A 22 de enero de 2023
Comments
Post a Comment