El padre de Rodolfico

 

En la Academia General Militar la vida la conforma la promoción. Se crean lazos que se mantienen a lo largo de la vida. Unos más fuertes que otros, pero siempre presentes. También con algunos de los profesores de aquella etapa. Pero, dentro de ella, suelen formarse grupos más estrechos en los que esos lazos se transforman en una especie de hermandad que va más allá incluso de lo que puede ser la tradicional amistad.

Mi grupo, pandilla, o como quiera llamárselo, era pequeño, apenas una media docena; y ya se nos han ido dos. Hace no mucho nos dejó Pepito, después de pelear dos veces contra el cáncer, pero Rodolfico, así, con el cariñoso diminutivo maño, se fue tan rápido que apenas nos dio tiempo para entrever todo lo que atesoraba en su arrolladora personalidad.

Aún estábamos en el primer año de tenientes; él haciendo el curso de Operaciones especiales, y para Navidad se fue a esquiar a Crans Montana, en Suiza, cerca de donde se encontraba su hermana, en Sión. Esquiador intrépido, no calculó la resistencia de una cornisa y su caminar se detuvo abruptamente. Allí descansó veinticinco años, hasta que su padre repatrió sus restos.

El padre de Rodolfico, tenía a quién parecerse, era un tipo particular. Capitán profesor en la AGM, formaba parte del póker de ases de la primera compañía de cadetes. El tanka, el maxi, el pichi, y el Espá; el único sin apodo, algo insólito en una casa en la que los cadetes dejaban salir su ingenio y mala leche mediante el otorgamiento de motes que acompañaban al profesor para el resto de su vida profesional.

Rodolfo padre era hijo, nieto, y sobrino de militares, todos ellos republicanos y represaliados tras la contienda incivil. Con esos antecedentes, y en contra de lo que muchos indocumentados dicen sobre el régimen franquista, pudo ingresar en la AGM, y, posteriormente, también en el cuerpo de Estado Mayor. Su sentido de la lealtad a la antigua le privó del generalato, pero no de la estima y el respeto de sus iguales, y el cariño de los que fuimos sus alumnos.

El pasado verano, pese a los muchos años, aún era capaz de zambullirse desde su velero en las aguas tarraconenses, en el que navegaba sin problemas aunque bajo la vigilancia de Santi, el hermano de Rodolfico, desde que una fractura de cadera, de la que se recuperó prontamente, le diese motivo para no quitarle ojo.

Aún le encontré hace unos meses, calle Alfonso abajo, enfundado en su loden verde y su campera, para reunirse con su hijo y tomarse el cotidiano café de media mañana. Hoy me dicen que se ha ido, a reunirse con Rodolfico, y su mujer, con discreción, como era su estilo.

Raúl Suevos

A 20 de abril de 2023

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