Latores
No es un pueblo, sólo una parroquia a la salida de Oviedo,
camino de Mieres. Unas cuantas casas en medio de un paisaje de prados, con un
viejo palacio y una hermosa ermita dedicada a santo Tomas. Con muy buena gente,
según me cuenta mi amigo Urbano, que siempre la tiene en boca, pero, más allá
de eso, nunca hubiésemos sabido de ella sino llega a ser porque el rey Juan
Carlos le otorgó el título de conde de Latores al jefe de su Casa real, el
general Sabino Fernández Campos, cuando decidió despedirlo. Un asturiano cabal
y concienzudo que, además de las competencias inherentes al cargo, cumplía la
labor de ser el pepito grillo de su egregio jefe, lo que lo mantenía, en cierto
grado, a salvo de caer en las típicas borbonadas que jalonaron el final de su
reinado. Y es que, desde los tiempos de Julio Cesar, es sabido que hace falta
que alguien le recuerde a los purpurados que son simples humanos. Ye lo que
hay.
Es, al parecer, algo connatural con el poder, y en el caso
del palacio de la Moncloa hasta se habla del síndrome que, antes o después,
acaba por alcanzar a todos sus inquilinos, y que tiene como síntomas más
evidentes el alejamiento de la realidad del país, y, en los casos más agudos,
una clara tendencia al descontrol en la autoestima, como, parece ser, le sucede
al doctor Sánchez. No tienen allí a un conde de Latores y a ningún pepito
grillo, cabría pensar.
De esta especie de sicopatía que alcanza a los presidentes
tuvimos ayer cumplida exposición durante el debate que enfrentó a los dos
principales aspirantes a ganar las próximas elecciones; y es que pudimos
apreciar a un Sánchez que, aparentemente, se mueve en un mundo particular,
seguramente formado a partir de los enjuagados informes que le pasan sus bien
pagados asesores, y las descripciones de sus más allegados colaboradores,
enfrascados en eso que llaman pensamiento colaborativo, y que consiste en estar
rápido y atento para aportar en las discusiones internas, de todo tipo, el
pensamiento que se intuye más próximo al del líder. Y así les va.
Ayer vimos a un aspirante, Feijoo, que sólo tuvo que adoptar
una posición reactiva a todos los intentos de ataque del presidente en
ejercicio, como si éste hubiese olvidado que es él quien ocupa la presidencia.
Algo que sólo se explica desde el nerviosismo que provocan unas encuestas
desfavorables, y también, no cabe duda, desde su narcisismo notorio y la falsa
creencia de que lo de ayer sería como los encorsetados debates que hasta el
momento habían tenido en el Senado.
A ver cómo lo arregla.
Raúl Suevos
A 11 de julio de 2023
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