El Napoleón de Scott

 

Hace ya unos cuantos años tuve la fortuna de ser enviado a París como oficial de prensa empotrado en la Guardia Real, que desfilaría en los Campos Elíseos en la festividad del 14 de julio. Una quincena, la mía, que será difícil de olvidar en muchos aspectos, especialmente porque me montaron un despacho en Los Inválidos.

El trabajo de prensa fue más difícil de lo esperado porque el agregado español de defensa, en una reunión previa, tuvo la mala idea de comentar que la Guardia Real traía caballos enteros mientras que la Guardia Republicana usaba yeguas. Como cabía esperar esa desafortunada información se convirtió en el sujeto principal de interés de la prensa francesa. Parecía lo único importante del asunto.

Para mí, el recuerdo más profundo, a parte de la monumental mojadura que todos pillamos el día del desfile, está en la visita que, de la mano del destacamento de gendarmes de Los Inválidos, pude hacer a las impresionantes bajocubiertas del monumento, donde aún se conservan grafitis de los pilotos aliados que se escondieron allí durante la Segunda Guerra Mundial, y, sobre todo, la subida a la cúpula y su linterna, con unas vistas increíbles de la Tumba de Napoleón y de los barrios centrales de Paris.

Tras la cúpula visitamos el pasaje inferior de la Tumba en cuya rotonda se encuentran significadas en mármol las realizaciones, principalmente civiles, promovidas por el genio del gran corso; con el código civil, del que aún hoy bebe el nuestro, como mayor obra, entre otras muchas. Impresionante.

A Ridley Scott le he visto la mayor parte de su obra cinematográfica, y casi nunca me defrauda, aunque este Napoleón creo que lo colocaré al lado de “la teniente O’Neil”, pues, pese a su duración, no se acerca ni de lejos a la figura del emperador de los franceses, salvándose sólo las escenas de batallas, y no todas. En la retirada rusa le hubiese bastado con reponer la escena de “los duelistas” para contentarnos a todos.

En los personajes, fundamentalmente Napoleón y Josefina, creo que se pierde en buscar demasiados ángulos, en muchos casos histriónicos, y desaprovecha a un Joaquin Phoenix otras veces magistral. No digamos ya de las licencias históricas, que son abundantes, y en algunos casos chirriantes; también las había, enormes, en Gladiator, y quedó un espectáculo estupefaciente, del que nunca me canso de ver la batalla inicial. Una pena.

La mejor biografía de Napoleón, dicen, es la de Max Gallo, que se centra en el personaje y pasa de puntillas sobre las batallas. Abel Ganze pensaba hacer seis películas para tratar su vida, aunque se quedó en una. Y a Scott parece que le haya podido su condición de hijo de la Gran Bretaña. Ye lo que hay.

Raúl Suevos

A 26 de noviembre de 2023


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