La lucha proana
Cuando el boxeo, por primitivo y salvaje, parecía estar
condenado a la desaparición, hete aquí que la UFC, Ultimate Fight Combat, ha
venido a devolvernos, con enorme éxito, a los instintos combativos más básicos,
especialmente cuando contamos en España con una figura de indudable atractivo, como es el caso de Ilia Topuria.
Por el camino de la historia han ido cayendo, o disminuyendo,
expresiones de lucha, como la canaria, la leonesa, la turca, la olímpica
greco-romana, o el temible pancracio, combinación de lucha libre y pugilato,
sanguinario y de terribles consecuencias, que hoy parece revivir en la citada
UFC. Pero ha habido otras especialidades; algunas de escalofriantes
características, como la lucha proana.
Esta disciplina nació y vivió en la Academia Proa de
Zaragoza, centro donde se preparaban los opositores al ingreso en la Academia
General Militar. Allí, hace ya más de cincuenta años, en su internado, reinaba
como campeón invicto Fernando, el garbanzo para sus allegados, y el cabezón
para los demás. Nieto de un famoso laureado, lo que le hacía plaza de gracia
para el ingreso, contaba con tiempo de sobra para dedicarle a la lucha, y
desafiar a todo el que llegaba como aspirante a aquella famosa casa.
El combate se desarrollaba en calzoncillos, aunque no
llegábamos a embadurnarnos en aceite como otro tipo de luchas. La posición de
equilibrio y ataque implicaba adelantar los brazos con las manos abiertas y los
dedos curvados como garras, con el torso avanzado y apoyado en unas piernas que
se cruzaban con los güevecillos pegados al culo, al modo que lo hacen los
travestidos.
El combate solía ser rápido, relampagueante. Un amago del
contrario podía hacerte perder el equilibrio, y con ello el cierre de piernas
se relajaba dejando a tu “tesoro” a merced de las manos del contrario que, en
caso de apriete, provocaba una rendición inmediata. Es imposible no capitular
cuando te tienen cogido por los testiculos.
Con el ingreso en la General se acabó mi carrera en la lucha
proana, que al no llegar a ser olímpica no me supuso una especial herida en mi
carrera atlética, y en los últimos cincuenta años no había vuelto a recordar
aquella disciplina de internado varonil y adolescente. Hasta estos últimos
días.
¿Se imaginan ustedes al doctor Sánchez y el fugitivo
Puigdemont en posición de ataque-defensa de lucha proana? Yo no consigo eludir
la imagen desde hace unos días, y puedo imaginarme el pavor del presidente en
funciones ante la posibilidad de que su adversario le atrape con una de sus
garras. La rendición será inmediata, y no le quedará más remedio que entregar
la plaza, la posición, todo lo que le pida. Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 8 de noviembre de 2023
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