El puente de Palladio
Esta mañana me ha llegado una fotografía autorretrato de mi
hijo mayor. Estaba en Bassano del Grappa, un pueblecito de las estribaciones
alpinas italianas, al pie del monte del mismo nombre, escenario dramático de la
Primera Guerra mundial, que es famoso por la excelente grappa que allí se
produce, y también por un puente en madera que ya existía, que se sepa, en el
siglo XIII, en plena Edad media.
Supongo que su aparición en ese bonito lugar, dada la hora y
el día, se debía a asuntos laborales, pero me imagino, a falta de su
explicación, que quería recordar una jornada, hace ya bastantes años, en la que
viniendo del norte, creo que de Cortina, nos desviamos hasta allí porque mi
mujer, apasionada de Andrea Palladio, quería ver el famoso puente, rehecho por
él en el siglo XVI. Y allí aparecimos al caer ya la tarde.
Veníamos cansados, y los niños hartos de coche, puesto que
entonces no existían los artilugios que hoy ayudan a los padres en esos
trances, y, como tampoco contábamos con GPS o google maps, aparqué en la parte
alta del pueblo. Desde allí buscando el descenso y guiándonos por el rumor del
rio llegamos a un paseo, lungofiume le dicen allí, perfectamente empedrado y
con un murete que protegía a los viandantes de una caída al rio.
Al poco, topamos con un grupo de abuelos, media docena
quizás, sentados disfrutando de la brisa del atardecer. ¿Vamos bien para el
puente de Palladio? Aquí no hay ningún puente de Palladio, respondió uno. Mi
mujer y yo nos miramos, interrogándonos si no habríamos equivocado el lugar. El
único puente está ahí abajo, el Puente de los alpinos, il ponte degli alpini, remató otro de los abuelos. Y seguimos el
camino tras dar las gracias.
Y allí estaba. Era el puente de Palladio, el reproducido en
mil estampas y litografías. Hermoso, todo él en madera, con sus múltiples
pilastras, con sus barandas y techumbre en toda su extensión. Hasta los niños
parecían contentos de encontrarlo tras los muchos kilómetros, y lo atravesamos
andando, disfrutando los detalles, hasta el final donde parecía introducirse en
un edificio que en su época debió ser donde se cobraba el pontazgo, es decir,
el peaje, el mismo de las autopistas de hoy en día.
Hoy en lugar del pontazgo venden una grappa excelente, de la
que sólo me llevé una botella para remordimiento posterior, y dónde nos
explicaron que el antiguo puente bombardeado, no sé si por aliados o tedescos,
en la Segunda guerra mundial, había sido reconstruido por los Alpini tras la
guerra, lo que daba lugar al cómo era
conocido por casi todo el mundo en la actualidad.
Un puente extraordinario que une dos orillas.
Raúl Suevos
A 22 de enero de 2024
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