Vermú musical
Parece que la Misa dominical ha ido quedando obsoleta entre
los usos y costumbres del grueso de la población; no así el vermú dominical que
solía seguir a la antedicha, al menos en lo que mí respecta; y es que, sobre
todo en Gijón, sobremanera en el Dindurra, lo de la colación mañanera, el
recuerdo de aquella parva tan asturiana, acompañada de la lectura de La Nueva
España, ha ido convirtiéndose en casi una obligación para quien esto escribe.
El otro día, hace ya varias semanas, estaba enfrascado en la
lectura de una clara y descarnada tribuna sobre la oficialidad de la Llingua,
firmada por Xuán Xosé Vicente, cuando la voz de una joven, a la que acompañaba
un batería y un teclista, me sacó de mis elucubraciones para centrarme en ella
y en mi vermú. Rythm and blues y Marvin Gaye, con un “Son of the preacherman”
muy sentido; y algo de bailable rockabilly al que respondían un par de parejas
danzantes, seguramente amigos de los artistas. Un pequeño concierto que no
importunaba las conversaciones de los parroquianos, acostumbrados al mal sonido
del local, única pega de la espectacular restauración de la obra de Manuel del
Busto llevada a cabo no hace muchos años, cuando el café estuvo al borde de la
desaparición.
Hoy tocaba solitario cantante con su guitarra, también con
repertorio variado entre el que me quedo con una versión de aquel Chan Chan de
Compay Segundo; aunque también me sobra tiempo para fijarme en el universo que
me rodea mientras suena la música y voy dando pequeños sorbos a mi vermú. A mi
izquierda un joven oriental munido de tablet parece interesado en sacar
fotografías, y, supongo, cargarlas en su red social, mientras a la derecha una
solitaria madura, también con tablet, se ve asaltada por sus dos vejetes
vecinos, que medio la obligan a entrar en conversación, por lo que me entero
que ella es amante de los cafés, a los que peregrina por el mundo, y el más
añoso de los intervinientes vivió muchos años en Nueva York, como ella, con lo
que enganchan platica sobre el asunto de la ciudad de ciudades. En un ángulo,
frente a mí, una familia de cuatro generaciones se regocija en torno a un
carrito de bebe que porta, supongo, al último de la saga. Y a lo ancho y largo,
entre las esbeltas, listadas y ¿abullonadas? columnas de esta vetusta casa
gijonesa, se afanan ellos y ellas, los jóvenes y profesionales camareros.
Al final, la lectura del periódico, o el vermú semanal, pasan
a un segundo plano ante la multitud de detalles que te ofrece este minúsculo
universo que representa el Dindurra. Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 2 de junio de 2024
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