La desolación del muelle
Cambian las modas, cambian los usos económicos, y cambian las
sociedades en general con el paso del tiempo inexorable. Y con ello va mudando
la fisonomía de las ciudades, algo que, también en Gijón, ha sucedido y está
pasando en la actualidad.
Viene esta divagación inicial al hilo de un paseo al caer la
tarde por la fachada marítima efectuado hace unos días por tres amigos con un
más que aceptable y longevo pedigrí como playos. Un caminar que, tras el Muro,
nos llevó a la zona del Acuario, para a continuación volver sobre nuestros
pasos para alcanzar el espigón de Santa Catalina, ese que todos conocemos como
Lequerica, por el nombre de su ingeniero constructor.
A la vuelta, ya anocheciendo, decidimos tomar asiento en una
terraza para hidratarnos con una cerveza, perteneciente a un recién inaugurado
restaurante, el único que queda, creo, en la parte baja del muelle. Y allí,
mientras disfrutábamos el bien merecido refrigerio, nos percatamos de la
soledad del Muelle y sus aledaños, sin paseantes a esa hora tardía, baja
iluminación, y huérfano del rumor que suelen contener las zonas urbanas
vivaces.
No pudimos evitar el recordar con añoranza aquellos veranos
gijoneses, con el barrio alto lleno de algarabía gracias a la pujante economía que
impulsaban la Tabacalera, la actividad pesquera en el puerto, y, en general, el
empuje de la siderurgia, los astilleros y la minería. Un todo que hacía que las
noches gijonesas se convirtiesen, a lo largo de todo el verano, y aunque
orbayara, en un hervidero de personal por todo el centro, con especial atención
al muelle y Corrida, para luego expandirse hacia el Parque del Piles o el
Jardín, o las verbenas de barrio que a lo largo y ancho del concejo se llevaban
a cabo con ocasión de las festividades de cada uno. ¡Qué tiempos¡
La economía manda dirán algunos, y cierto es, pero también
observo que en Gijón no hemos sabido gestionar el devenir de los tiempos,
quizás desde Areces para acá, y eso se nota en los muchos proyectos que una vez
nacidos han ido quedando abandonados. ¿Se acuerdan del metrotren? Esa
Tabacalera todo continente sin contenido, ese Palacio de Revillagigedo y
colegiata, siempre en busca de autor, o ese fallido hospital de peregrinos en
la Casa Paquet.
Ahora tenemos Metropoli, también la Semana Negra, y, además,
tendremos casetas en Begoña –las gaviotas estarán felices, aún más- pero no
dejan de ser opciones simplonas y populacheras que dudo que devuelvan a Gijón
la exuberancia veraniega que un tiempo tuvo. Y mientras tanto, un Muelle desolado
seguirá siendo metáfora de la gentrificación acelerada que sufre el viejo
barrio de Cimadevilla. Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 15 de julio de 2024
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