La batalla de Manassas
En julio de 1861, en plena contienda civil norteamericana,
tuvo lugar la Batalla de Manassas, en torno al lago del mismo nombre que se
encuentra a unos 25 kilómetros de la capital, Washington. Una batalla que
también es conocida como Bull Run, y más curiosamente como la Batalla del
Picnic, porque dado que se esperaba una contundente victoria de las tropas de
la Federación sobre las Secesionistas del sur, las familias acomodadas de la
capital decidieron tomar sus carruajes y desplazarse a las colinas en torno al
lago para asistir en primera fila a la derrota prevista.
Las cosas no fueron como se esperaban y si al principio
pareciera que los generales sudistas Beauregard y Johnston perdían la partida,
para regocijo de los espectadores, la aparición de un extraordinario Thomas
“Stonewall” Jackson, que ese día obtendría ese apelativo por su obstinada
defensa de la línea, haría tambalear el dispositivo federal hasta desbaratar el
ataque poniendo en huida a las tropas yanquis, y con ellas a los espectadores,
que con sus carruajes embotellaron los caminos y aumentaron el descalabro.
Hace algunos días pudimos asistir a la nueva Batalla de
Manassas, esta vez, en nuestro caso, desde la comodidad que la televisión nos
brinda. Y es que allí se competía por la Copa Solheim, de nuevo en torno al
lago y con las colinas llenas de espectadores; si bien en esta ocasión se
dirimía el primado temporal en el mundo del golf femenino entre las selecciones
de Estados Unidos y Europa.
Las magníficas comentaristas televisivas, de gran nivel
golfístico, no pertenecen a la escuela del añorado Matías Prats, con sus
enciclopédicos conocimientos, y sustrajeron a la audiencia esos apropiados
comentarios sobre la primera batalla, si bien allí era un auténtico combate
deportivo lo que se desarrollaba, aunque en este caso, fuesen las nuestras, en
el papel de los secesionistas, las perdedoras.
La Solheim, junto con la Ryder, son, según creo, las únicas
competiciones deportivas en las que las dos potencias, EEUU y Europa, se
enfrentan directamente, con sus miembros, en el caso europeo, actuando con un
apasionado sentido de equipo, con los colores de la bandera en sus equipamientos
y haciendo vibrar los corazones de la audiencia millonaria que sigue el evento.
Ye lo que hay.
Esta vez perdieron las europeas, después de retener la copa
en las tres últimas ocasiones. No importa, volverán a ganarla y seguirán
manteniendo ese espíritu que el inolvidable Severiano Ballesteros impulsara
personalmente hace ya años. Pero dada la importancia simbólica del evento
pareciera razonable que, en próximas ocasiones, los telespectadores pudieran
asistir en abierto a estas incruentas batallas golfísticas, por Europa y por el
golf, una actividad económico-deportiva cada día de más importancia en España.
Raúl Suevos
A 21 de septiembre de 2024
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