El estado ineficiente
Si se dedica un par de minutos a averiguar cómo define al
Estado nuestra Real Academia Española, aquella encargada de fijar y dar
esplendor a nuestra lengua, nos encontramos con que es “el conjunto de los
poderes y órganos de gobierno de un país soberano”, aunque, si un lexema debe
tener significado en sí mismo, en este caso, creo, habría que añadir el apartado
de leyes y normas que ponen en relación a esos poderes, como es el caso, en un
estado como el nuestro, autonómico.
El estado, como tal, no es más que una herramienta para
lograr el bienestar de sus ciudadanos, o la felicidad, como declara la
constitución de Bután en la actualidad, o como afirmaba el artículo 13 de
nuestra famosa constitución de 1812, y, desde este punto de vista, cuando el
estado no es capaz de lograr los fines que justifican su existencia podríamos
empezar a hablar de un estado fallido, o, al menos, ineficiente. Ahí es donde
me parece que nos encontramos.
El estado franquista, aquel fenecido cuando entró en vigor
nuestra actual constitución, contaba entre sus logros el haber dado vivienda,
sanidad, educación, vacaciones pagadas, y un seiscientos a los españoles, pero,
al final, era ineficiente porque, entre otras cosas, el ciudadano era infeliz,
y a la muerte del general, de viejo, el propio sistema se autodisolvió mediante
la Ley para la Reforma política de don Torcuato Fernández-Miranda.
El resultado de aquello fue nuestro actual Estado autonómico,
diseñado para acercar la administración del estado al ciudadano, concepto que
entraña es sí mismo indudables bondades pero que, con desgraciada frecuencia,
pone en evidencia diversas disfuncionalidades, particularmente en el campo de la
educación y de la sanidad en general, pero, en esta ocasión, y a falta de saber
las cifras definitivas cuando esto escribo, en el área de las catástrofes, cuando
las competencias o responsabilidades de las distintas administraciones se
superponen, o, simplemente, no están suficientemente claras. El resultado de la
disfuncionalidad se mide en muertos.
La monstruosa gota fría que acaba de afectar al sureste de la
península especialmente, ha mostrado, una vez más, que los mecanismos de
coordinación entre las distintas autoridades del estado no funcionan con la
eficiencia que cabría esperar de un estado que presume de ser moderno y eficaz.
Los muertos, crecientes y aún por determinar en su número definitivo, dan
cuenta dramática de la realidad de nuestro estado autonómico. Se hace preciso
reflexionar al respecto.
Hoy, y los próximos días, asistiremos a una partida de pelota
entre los distintos responsables para intentar quitarse de encima los muertos y
que sea la otra administración quien cargue con el peso de la opinión pública.
Hasta la próxima si no tomamos medidas.
Raúl Suevos
A 1 de noviembre de 2024.
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