Recuerdos de Valparaiso
La reciente escala del Juan Sebastian de Elcano en esa ciudad me ha llevado a recordar un viaje de trabajo de hace unos cuantos años por aquellos pagos.
VALPARAÍSO Y VIÑA DEL MAR
Nuestros anfitriones no querían que nos fuésemos con una pobre visión de su país y
como no había tiempo para visitar alguna de las muchas maravillas que Chile atesora,
al menos eso nos muestran los muchos documentales que he visto en la 2, decidieron
llevarnos el último día a ver estas dos ciudades.
Salimos de Santiago rumbo al Pacífico, a lo largo de la vía Costanera, el gran eje que
corta en dos la ciudad capital. El paisaje no es prometedor, más bien ralo, con matojos
y algunas arboledas de poca talla, nada de frondosos robledales o cualquiera otra
especie arbórea.
Superamos una especie de puerto de tercera en el que, para limitar los daños a la
imagen, algunos pinos hacen su aparición, tampoco en abundancia. Lo siguiente es un
valle, importante para nuestros amigos chilenos, que se muestran muy interesados en
que tomemos nota de los abundantes viñedos, y cierto es que son abundantes,
aunque el día no está colaborador y una luz grisácea, tamizada por las nubes altas que
nos acompañan desde la capital hace que todo el paisaje pierda alegría y substancia.
¡Qué le vamos a hacer¡
En una de las zonas más amplias del valle, con líneas infinitas de viñas a ambos lados
de la autovía, vemos, acomodada a media altura de una ladera, una enorme
construcción encalada a la que se llega por una larga avenida flanqueada de cipreses.
Es, me cuentan mis solícitos anfitriones, la sede de una famosa bodega española, una
más de las muchas que se están asentando en Chile, después de haberlo hecho en la
zona de Mendoza, en Argentina. A mí, que no soy experto en vinos ni en bodegas, no
me emociona y me parecen más bonitas las viñas que se ven en la Rioja cuando voy
camino de Asturias por la autopista. Es posible que sea subjetividad nacionalista pero
la verdad que el día, tan gris, no acompaña.
Después de este tramo viticultor vamos aproximándonos a Valparaíso; nos lo explican
los chilenos a partir de la zona de montes quemados que corresponden a los barrios
exteriores que fueron pasto de las llamas hace poco más de un año. Yo me pensaba,
cuando la TV nos trajo la tragedia al salón de casa, que se trataba de zonas
residenciales de clase alta pero rápidamente me explican que, al contrario, eran zonas
de gente humilde que habían ido construyendo ladera arriba de forma absolutamente
salvaje, sin ningún tipo de control ni intervención urbanística por parte de las
autoridades.
La idea de traernos a esta ciudad parte de la premisa de que ha sido declarada
patrimonio de la UNESCO y, se supone, es una maravilla que nos dejará epatados. Nos
van explicando que Valparaíso está rodeada por cerros, 14 creo recordar, y que, desde
que se convierte en el puerto del país y segundo centro económico, sufre un constante
proceso de migración interna. Las clases humildes empezaron a construir en las laderas
que rodeaban el puerto, sin orden ni concierto, casas de adobe recubiertas de madera
para protegerlas del desgaste de la lluvia, madera que después se pintaba de colores
vivos; los techos, en su mayoría, se cubrían con laminas de chapa ondulada, más
ligeras que el techo normal y menos peligrosas en caso de terremoto. Con el tiempo la
ciudad ha seguido creciendo y ahora la superposición de casas pintadas llega hasta la
parte alta de los cerros, de todos los cerros, allá por donde se inició el reciente
incendio. El conjunto resulta bastante espectacular y lo completa el sistema de
ascensores cremallera que llevan desde la parte baja hasta algunos barrios en las zonas
altas.
En el centro de la ciudad lo primero que nos encontramos es un tremendo edificio, no
me sale otro adjetivo, enorme, casi gigantesco respecto al entorno, moderno, ni feo ni
bonito, es el parlamento chileno, traído aquí por Pinochet, me dicen con sorna mis
acompañantes, que para que no le tocasen las narices en Santiago. Su puerta principal
está flanqueada por dos hermosas placas, en una se lee O’Higgins. Bernardo, el padre
de la patria, lugarteniente de San Martin, hijo de Capitán General, masón y gran
reformista, o más que reformista constructor, también militar, si bien, más que de
carrera, hecho a la carrera.
La otra placa se refiere a Carreras, Juan Jose Carreras, jefe del primer gobierno tras la
declaración de independencia, un auténtico revolucionario, demasiado progresista
para aquellos tiempos y con ideas casi leninistas y aplicación sin duda estalinista,
aunque él no lo supiese. Demasiado para el momento y, como Josif, demasiado
personalista también.
En los combates contra los realistas Carreras resultó un fiasco y fue O’Higgins quien
resolvió la papeleta. Queda un episodio de gran mezquindad en la batalla de Rancagua
en la que O’Higgins está copado por las tropas del virrey, llega Carreras con los
refuerzos y viendo la situación apurada del primero se da la vuelta y lo deja a merced
del enemigo. Se escapará O’Higgins por los pelos y después, ambos bandos, tienen que
salir a escape a través de los Andes hacia Mendoza unos y a Buenos Aires los otros.
En Mendoza quien manda es San Martín que está poniendo en pie el que será el
Ejército de los Andes, emancipador de Chile y el Perú. O’Higgins se pondrá a las
ordenes de General y acabará como su lugarteniente, en cambio Carreras se dedicará
a confabular y acabará fusilado junto con su hermano.
Con estas premisas yo me pensaba que Carreras sería un figura denostada en el país y
de ahí mi sorpresa al ver las dos placas en el Parlamento. Me cuentan que los chilenos
están con el corazón partío con sus dos figuras históricas, si a uno le otorgan la
salvación de la joven patria al otro le dan la responsabilidad de la construcción de las
primeras instituciones base de lo que Chile fue posteriormente.
El centro de Valparaíso se pega al mar, a la famosa bahía, que en realidad es el
antepuerto, donde fondean un buen número de buques de todo tipo, entre otros ese
día, el Esmeralda, el buque escuela de la Armada chilena. En el mejor sitio está el
edificio del Estado mayor de la armada, en una hermosa plaza presidida por un
impresionante monumento en mármol dedicado a la tripulación del antiguo
Esmeralda, caídos en los primeros combates de la Guerra del guano y son el gran referente moral de la Armada chilena y el lugar donde se celebran los actos honorífico-
festivos de toda comitiva o autoridad que pasa por Valparaíso.
De allí nos fuimos a ver los cerros de cerca, ascensores mediante, y pudimos
deambular un rato por las callejas, muy empinadas y llenas de esas casitas coloreadas
que son representación de la ciudad. Comprobamos que ahora ya no se construyen en
adobe sino en ladrillo, y la madera de la cobertura se ha convertido en chapa
ondulada, la que antes iba a los techos que ahora se cubren con uralita. Todo muy
bonito, con algunas de ellas convertidas en hotelito con encanto y muchas otras
dedicadas al alojamiento de estudiantes extranjeros, especie muy abundante en la
ciudad al parecer. La parte menos bonita la representan los habitantes tradicionales
que con lo de la UNESCO y el ponerse de moda la ciudad han visto como los precios de
casi todo se han disparado y ellos, poco a poco, se están viendo empujados hacia los
barrios más externos, aquellos del incendio.
En el paseo nos paramos en uno de esos hotelitos que, además, es restaurante y con
unas espectaculares vistas sobre la bahía y Viña del Mar que se encuentra al otro lado
de la bahía. Paramos para tomar un qué que resulta en Pisco Sauer, pero con
sorpresa, ya que los chilenos lo piden peruano, elección a la que nos sumamos los
españoles con muy buenos resultados. En resumida cuenta, cuando tengáis la opción
decidiros por el peruano que está mucho mejor, más fuerte, menos dulce, con un
sabor final muy superior al chileno.
Yo oí hablar de Viña del Mar por primera vez, creo recordar, cuando Francisco, el
cantante, gano el festival del mismo nombre, y a mí, por aquello de la distancia y el
Pacífico me sonaba a Acapulco o también a Hawái y, la verdad, no estaba preparado
para descubrir el Benidorm de aquellos pagos. En fin, que todo muy amontonado
sobre la playa, mejor dicho, las playas; mucho supercondominio con muchos pisos y
terrazas mirando al mar, y lo dicho, mucho Benidorm. La vegetación de la parte baja
cuenta con algunas palmeras adornando hoteles y apartamentos, también de vez en
cuando luce algún cedro pero, en general, aquello también recuerda la ausente
vegetación de la zona de Benidorm. Poca gente, estamos en otoño, aunque en el
verano austral, me dicen, aquello es un hormiguero. En Chile no eres nadie si no
veraneas en Viña del Mar.
Nos llevaron a comer a un club marítimo donde nos atendieron correctamente aunque
del menú no me queda recuerdo, sí del cariño de los anfitriones que estuvieron
siempre pendientes de nosotros.
De allí vuelta hacia Santiago y el aeropuerto donde nos esperaba un check in
acompañados de un montón de chilenos; parecíamos una familia gitana esperando un
parto en hospital.
En el avión un suplicio, me tocó la última fila, asiento estrecho con las rodillas pegando
en el de delante. No pegué ojo en toda la noche y ya no recuerdo cuantas veces me
levanté. Una hora menos de viaje fue lo único positivo junto con las azafatas de LAN,
jovencitas, obsequiosas y sin parar en toda la noche, pendientes de los que no
dormíamos.
Todo esto pasó a finales de mayo y un mes después aún me duele la espalda. Espero
no tener que volver a cruzar el Atlántico, que es muy cansado y ya no tengo edad.
Respecto a Chile solo me queda decir que en el libro que me regalaron pude apreciar
que tanto en el norte como en el sur cuenta con auténticas maravillas de la naturaleza.
Pero están muy lejos.
Madrid. 2014
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