De Giovanni Acuto a Rodrigo Díaz
La mayoría de visitantes al Duomo de Florencia, Santa María del Fiore, entran disparados hacia la descomunal cúpula de Bruneleschi, afrescada por Giorgio Vasari, y apenas se percatan del fresco grandioso que se encuentra nada más entrar, en la pared de la derecha. Una pintura que representa una estatua ecuestre tridimensional de uno de los primeros y más conocidos condotieros de la Italia renacentista. Un inglés, John Hawkwood, que se pasó toda su vida matando cristianos, desde la Francia de Crecy a las distintas ciudades italianas dependiendo de quién pagara sus servicios.
El tipo era tan feroz que cuentan que en una ocasión, viendo a dos de sus capitanes disputando por quién se quedaba con una novicia, se supone que tras el asalto a un convento, atravesó a ésta con su espada para zanjar la cuestión y que los dos individuos no perdiesen el tiempo en minucias más propias del apreski. Con tal hoja de servicios acabó a las órdenes de la Signoria florentina, que en un último contrato se comprometió a hacerle una estatua, honorándolo en su momento con el subterfugio de ese magnífico fresco que, al parecer, no contentó al protagonista.
Cómo él hubo muchísimos en la Italia renacentista, aunque a mí es Giovanni delle Bande Nere el que mejor me cae; un condotiero de la familia Medici al que Liliana Cavani dedicó una preciosa y preciosista película; pero antes que ellos, en la España medieval, tierra de fricción entre civilizaciones, que no de choque en aquel entonces, también hubo muchos, con especial brillo el de nuestro héroe nacional, Don Rodrigo Díaz, alzado a esas alturas a hombros del anónimo Cantar, y convertido en leyenda en siglos sucesivos por las necesidades políticas y sociales de las distintas Españas y sus épocas. Sin dejar nunca de refulgir su brillo. Ye lo que hay.
Podría pensarse que ahora toca echarle un poco de tierra encima, por aquello de la chusca Alianza de civilizaciones y los muchos moros que cayeron a su paso, aunque también trabajó para ellos, especialmente en Zaragoza; pero es un libro que viene de la pérfida Albión, cuyo título obvio intencionadamente, el que una vez más trata de socavar la imagen del Campeador so justificación de humanizarlo. Y a mí me duele como pisotón en callo, porque casi siempre es lo mismo lo que de allá nos llega. Menoscabo a la trayectoria de España, pasando de largo sobre Vernon, el de Cartagena de Indias, y todo el resto de su quincalla histórica.
Es difícil encontrar hispanistas británicos que se centren en Alfonso IX de León, el de las Cortes, el inventor -a la fuerza, ya lo sé- del gobierno representativo, cuya paternidad se atribuyen en la tierra de los anglos con sospechosa frecuencia. Dedíquense a esto y déjennos en paz a nuestro Cid.
Raúl Suevos
A 15 de mayo de 2025
Traducción en asturiano en abellugunelcamin.blgspot.com
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