No fue un día cualquiera

 

En Ucrania, país actualmente arrasado por la guerra y cuyas vicisitudes sigo cotidianamente, conocen el nombre de muchos de sus héroes, a los que agasajan de formas múltiples, algunas de ellas, desgraciadamente, de forma póstuma. En el resto del mundo occidental, y también en ese país, lo habitual es glosar y celebrar las hazañas de los héroes deportivos, como a nosotros nos sucede con Jon Rahm y antes con Ballesteros. Cuando el deporte que practican no es de los que arrastran masas, como en el caso de la natación artística, en el que una muchacha ha vuelto a casa con un saco de medallas tras el mundial del ramo, los festejos son de menor duración y exaltación. Ye lo que hay.

Y con la gente del común, o la gente corriente, si ustedes prefieren ¿qué pasa? Pues normalmente nada, ahí se queda, en el recuerdo del protagonista de la supuesta hazaña, y si acaso, si los hubiera, de los acompañantes. Y ahí es donde llega mi personal rebelión, ya que hoy, en el campo de golf municipal del Tragamón, en Gijón, he sido el protagonista de una gesta, que aunque mañana será ya olvidada por los que allí estaban, yo trataré con estas líneas de que perdure en el tiempo.

El hoyo 6 de este campo, que para quien no lo conozca le diré que tiene sólo nueve hoyos y está ubicado dentro de la ciudad, entre el Campus y el Jardín botánico, detalle este que lo hace particularmente atractivo, es un par cinco y handicap 1, es decir el más largo y difícil del campo, con una salida complicada, y el resto de la calle en caída hacia la derecha, algo que cuando llega el verano aumenta la dificultad de la misma pues es muy difícil sujetar las bolas e impedir que se vayan rodando fuera de calle, lo que agranda la dificultad. El green está defendido por un bunker malévolo en el que es muy fácil acabar, entre juramentos, cuando uno ya cree haber llegado a meta.

Yo hoy he salido muy bien y muy largo con el driver; superando el cambio de rasante que espera a cien metros y sin tocar los enormes laureles que forman un muro por la derecha; logrando que la bola rodase después por la cuesta abajo para descansar en medio de la calle.

  A continuación he dado una muy buena madera 3 que me ha dejado la bola ya un poco después de la parte baja de la calle, iniciada la subida y a unos 140 metros del green; y para alcanzarlo he pegado una madera 5 también excelente que, tras golpear el muro lateral del antiguo vivero de plantas que limita la calle por la izquierda -lo sé, soy un cobarde y no me atreví a ir directamente a por la bandera- me ha depositado la bola a la altura del green, en una zona de hierba basta con un lie regulero.


He visto la posibilidad de triunfo y, aunque me temblaban las muñecas, he pegado un rodado suave con el pitching hacia bandera, que hoy estaba abajo, al pie del gran piano que separa el green en dos mitades, y en su lado derecho. Lo he hecho para no quedarme corto, pensando que si no entraba la bola, al menos, volvería. Pero no, la bola se quedó quieta, colgada en inestable equilibrio a un metro y medio sobre el hoyo, para mi perplejidad y cabreo. Y entonces sucedió.


Como si de mí se apiadase, la bolita blancuzca –era una de las más viejas de la bolsa- comenzó a rodar, primero suavemente, después casi con prisa ¡que entra, que entra¡ gritó mi compañero. Y aunque yo no quería creerlo, sí, entró ¡Birdie¡ Qué maravilla.

Después, en el chigre, me tocó pagar la sidra, algo que hice con inmenso placer, casi el mismo con el que ahora lo escribo, para impedir que esto se olvide, pues sé que, con una hazaña como esta, y otro protagonista, un buen periodista deportivo puede escribir un libro.

En Gijón a 29 de julio de 2025

Traducción en asturianu en abellugunelcamin.blogspot.com


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