Un año en Florencia

 

En el Corso dei Tintori, la calle que viniendo de la ribera del Arno pasa por delante de la Biblioteca Nacional de Florencia, y tras empalmar con la vía dei Neri va a morir al pie de los Uffizzi, existía en la época que yo vivía en la ciudad una pequeña librería de viejo, o vintage le dirían ahora, de la que acabe por convertirme en cliente regular. Allí encontré el librito de viajes que Alejandro Dumas publicó allá por el lejano 1841, “Une année à Florence”, en francés, y no porque yo fuese un snob de los idiomas por aquel entonces, 1996, sino porque el puesto que ocupaba me exigía el conocimiento del lenguaje, y aunque mis títulos eran reales, no como los de algunos políticos de nuestra actualidad, la realidad de mi dominio era bastante precaria.

El caso es que el padre de D’Artagnán aprovecha la oportunidad para darnos en ese obra unas cuantas pinceladas de lo que fue el Renacimiento, y de regalo algunos apuntes históricos de la Francia de entonces pero, para lo que me interesa en este punto, nos relata las dificultades que encontró para poder alojarse decentemente en la ciudad, porque, pásmense ustedes, había una terrible demanda en aquel tiempo, ya que, además de los jóvenes adinerados ingleses, y no tanto, de edad que no de caudales, que se dedicaban a hacer lo que se conocía como “Grand Tour”, la ciudad se encontraba agobiada por la presión ¿turística? que suponía la llegada masiva de la nobleza rusa, aún con siervos a su disposición y con descomunales ingresos; un poco como los oligarcas actuales, si bien estos viajan en sus jets y después se alojan en sus yates, si no han sido decomisados por las autoridades competentes.

Dumas acabó encontrado una habitación para alquilar, aunque no especifica si con derecho a cocina, y sus experiencias sirvieron para traernos hasta hoy sus frescas imágenes, algo que, con imaginación, puede servirnos para comparar lo que sucede en Gijón, y en general en todo el mundo, con el paroxismo viajero que, dicen, provocó el malhadado COVID. Todo está lleno, a rebosar. Olvídense de aquellos tiempos en que no hacía falta reservar para ir a degustar una ventresca en plena campaña del bonito. No piensen en salir a pasear por la tarde, y quizá tomar una sidra a la vuelta, porque ese placer antañón es hoy un ejercicio de esquiva que recuerda a las pistas de aplicación militar. Todo está a reventar, como en aquella Florencia de Dumas. Todo no, los museos, no tantos ni tan buenos como los de aquella ciudad, siguen vacíos, esperando en vano visitantes. Ye lo que hay.

Raúl Suevos

A 31 de julio de 2025

Traducción en llingua asturiana en abellugunelcamin.blogspot.com


Comments

Popular posts from this blog

El general Gan, una novedad a la italiana

¡ De aquí no se mueve ni dios¡

Se ha ido el Chío