Allá por el monte Barro

 


En cada rincón de Italia existe la posibilidad de llevarse uno una sorpresa, generalmente agradable, y muy a menudo extraordinaria, sobre todo si se trata de naturaleza y lugares; y hoy tocaba visitar el monte Barro, una montaña de cierta altura, 920 mts, que tiene la particularidad de alojar en su parte superior una antigua ermita que hoy está transformada en centro de naturaleza y excursionismo, y se la conoce como Eremo Monte Barro, en el cordal que separa la zona de los lagos de Lecco, espectaculares, y los de Galbiate, no menos esplendidos, y villa esta última donde reside el grande Adriano Celentano desde hace ya bastantes años.

El monte está cubierto de exuberante vegetación, entre la que destacan las masas de castaños, hoy cargados de ouricios y a punto para su recogida, y mientras ascendemos por la sinuosa y estrecha carretera, escenario habitual de los muchos ciclistas aficionados que pululan por la zona, observo los carteles y señalan las diversas rutas para senderistas. El día está fresco, las primeras borrascas otoñales ya han llegado, con inundaciones en algunos casos, y, una vez arriba, nos encaramamos al techo mirador del restaurante desde donde se puede observar la maravillosa vista de la zona de Galbiate hacia el sur, con las torres del centro de negocios milanés al fondo, en este momento azotadas por una clara tormenta. Después giramos hacia norte y tomamos una corta senda en subida que nos lleva hasta un mirador que domina los dobles lagos de Lecco, con su impresionante respaldo de montaña alpinas, que aún no pueden contar con el adorno nivoso que las espera en los próximos meses. Desde allí el estomago nos reclama la ruta del restaurante.

El bar trattoria, pues de eso se trata, cuenta con un menú sencillo pero contundente, típico para senderistas y similares. Empezamos con un plato de la zona, pizzocheri allá valtelinese, es decir, pasta del tipo que señala el nombre, acompañados de acelgas y patatas, condimentados con mantequilla, y queso al gusto en platillo aparte. Una bomba calórica y sorprendente, pues las acelgas le dan un gusto diferente a la mayoría de pastas.

A este primero le siguió un stracotto de cinghiale con polenta, es decir, estofado de jabalí con polenta -esa especie de pure a base de harina de maíz y que a mí me encanta- que estaba verdaderamente excepcional y al que acompañó un vino tinto de la casa que no estaba nada mal. Sólo quedaba el postre, que hoy era un tiramisú casero de los que únicamente se encuentran en lugares de este tipo. 

Quedaba cerrar la pitanza, y ello fue con un café y, ye lo que hay, una grappa barricatta, es decir, añeja, conveniente para una buena digestión.  

Raúl Suevos

A 24 de septiembre de 2025

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