Disfrutando el fin del verano
Ha sido éste un verano agobiante, por el calor, las noticias de los incendios en medio país, y, sobre todo, aquí en Gijón, por la enorme saturación de visitantes que hemos tenido. Nada que ver con lo de otras partes de España, dirán algunos, pero a la que aquí no estamos acostumbrados. Ye lo que hay.
Ayer, para desagraviar la estación, junto con un grupo de amigos del golf del que formo parte no hace mucho, tuve ocasión de desquitarme en varios aspectos. Nos fuimos a jugar a Villaviciosa, campo conocido por la yerba autóctona que alfombra –es un decir- sus calles, y, sobre todo, por la rapidez y las inopinadas y traicioneras caídas de sus greenes. Y aunque era amigable, nos jugamos el vermú por parejas y yo tuve el placer de ser pieza primordial para hacer pagar a los otros. Algo notable dada mi precariedad golfística. Mañana para recordar, al menos para mi.
Después tomamos la ruta de Oles, allí arriba, entre Tazones y la Venta les Ranes, parroquia donde se ubica un excelente y conocido restaurante, La Llosa, que sufre durante el estío la embestida de madrilanos y otras especies, pero que ayer ponía a nuestra disposición, y la de unos pocos clientes, sus terrazas, su buen servicio y, sobre todo, lo mejor de su carta.
Tras unas botellas de sidra y unas birras afuera, ya en la mesa y con compañía de un excelente albariño, atacamos el paté de tiñosu, que afuera conocen como cabracho, y, cuando aún nos estábamos maravillando con su textura suave y sabrosa, aparecieron las tarteras con unas primorosas verdinas con almejas, en cantidad para que algunos repitiésemos. Para acto seguido, casi sin respirar, entraran las enormes ventrescas, troceadas diligentemente en las bandejas por la jefa de sala, y que, acompañadas de unas deliciosas patatas panadera, y unas tazas de pisto, se deshacían en boca. Quizás la mejor que he probado en lo que va de estación, aparte las de casa, por supuesto. Espectacular.
Yo creía que aquello era suficiente, pero no, cuando estaba pensando si meterle mano a la pestaña, o pistolechu, para mi la carne más mórbida y exquisita de la pieza, sorprendieron las fuentes con rollo de bonito, que me obligaron a ser prudente y olvidar aquellos remates de la ventresca y dedicarme con esmero a los recién llegados. ¡Que fartura¡ señores.
Quedaban los postres, que se mostraron en forma de unos deliciosos pastelillos con base de bizcocho y turrón, en cantidad suficiente para que repitiera quien quisiese sin ser acusado de llambión. Todo ello rematado con un cafetín y sin que nadie osase pedir un chupito o similar, supongo que por temor a un subidón de tensión o un control de la Benemérita. Al menos eso me pasó a mi por la cabeza. Semejante pitanza quedó en 45 euros per capita, lo que no me pareció caro en absoluto, pues más allá de la calidad extraordinaria, las cantidades recordaban a las de una boda asturiana.
Quedaban las fotos de rigor, para recuerdo de una jornada inolvidable, y después el camino a casa, unos hacia Oviedo y los más hacia Gijón, por la vieja Carretera de la Costa, para lo que me preparé con un disco de Led Zeppelín, ventanillas abajo y el sonido a tope, y para cuando descendía de Peón hacía Arroes, con sus curvas encadenadas, en perfecta comunión musical y volantística, me quedaba tiempo para pensar que la vida tiene sus momentos, y los buenos hay que intentar disfrutarlos pues no sabes cuándo se repetirán.
Raúl Suevos
A 10 de septiembre de 2025
Traducción en asturianu en abellugunelcamin.blogspot.com
Comments
Post a Comment