La batalla golfística de Long Island

 

Cuando el personal viaja a Nueva York lo habitual es no salir de Manhattan. Yo creo que lo más lejos que llegué fue a su parte alta, donde se encuentra la Hispanic Society y la Visión de España de Sorolla. Casi nadie atraviesa el Puente de Brooklyn, por muy peliculero que éste sea, y el caso es que allí, en ese barrio empieza esa isla, bastante larga, de ahí su nombre, 190 kilómetros, y que cuenta, para lo que nos interesa, en la zona conocida como bahía de las ostras, con una instalación golfística conocida como Bethpage, que es donde acaba de celebrarse la Ryder Cup de este bienio.

Es la isla un lugar con bastante historia bélica, y también muy europea, pues aquello, que era terreno de los algonquinos, fue ocupado por puritanos holandeses, aunque entre ellos la mayoría eran franceses hugonotes escapados tras la matanza de San Bartolomé. Allí, en Long Island, las escaramuzas y matanzas fueron frecuentes, hasta que la cosa llegó a mayores en la guerra anglo-holandesa, perdida por los segundos, que cedieron el territorio a los hijos de la Gran Bretaña, que allí al lado impulsaron el crecimiento de Nueva York; y allí también se celebró la batalla entre independentistas, al mando de Washington, y realistas, ganada por los segundos y que haría que estos territorios fuesen los últimos en ser abandonados por los casacas rojas.

La batalla de esta semana fue incruenta, pero muy dura, con dos primeros días en los que los europeos parecían arrasar, un domingo que se inició con expectativas de debacle para los yanquis pero que, a lo largo de la tarde, nos puso de los nervios a los europeos, con un público que parecía futbolero. Y es que esta competición, en la que Europa juega como un todo, consigue que sus protagonistas, rivales a lo largo de la temporada, acaben en lágrimas cuando se alcanza la victoria; como ayer, en la que pudimos observar a tipos supuestamente rudos, como McIlroy, Lowry o Olazabal, fundidos de emoción.

A mí, qué quieren que les diga, me hubiera gustado ver a nuestro Sergio García, que faltó por segunda vez, junto a Rahm, y me alegró que nuestro triunfo se cimentase en el juego por parejas, lo que da aún mayor sentido al conjunto. Y todo ello en un campo preparado por los anfitriones, que deben estar rabiando, para favorecer a los suyos. Aunque también debo decir que eché en falta más simbología europea en los conjuntos lucidos por los nuestros –aún recuerdo la maravillosa vestimenta de las chicas de la Solheim- quienes, para rematar, se adornaron con sus banderas nacionales en la entrega del trofeo, dejando de lado la europea. Una pena.    

Raúl Suevos

A 29 de septiembre de 2025

Traducción en llingua asturiana en abellugunelcamin.blogspot.com


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