Otoño de Nobel

 

Están los praos del Tragamón a primera hora de la mañana para hacerles un retrato. La rosada caída durante la noche, en combinación con los bajos rayos de sol recortados por los ablanos que bordean alguna de las calles del campo, dejan una atmósfera única, cargada de soledad y que la huella de un único carro de un jugador más madrugador parece encargarse de subrayar.

Más allá, al otro lado de ese rio Peña Francia, apenas un arroyo en estos días de escasas lluvias, se hace difícil ubicar la bola entre los muchos champiñones aparecidos últimamente y que nadie recoge en esta Asturias de exigua cultura micológica; muy lejos de aquella Navarra donde es segunda religión, aunque con más practicantes que la primera. Allí todo el mundo sabe de setas y hongos, no hay temor a recogerlos; aquí, pese al esfuerzo de algunas sociedades, no tenemos tradición y ese preciado botín gastronómico se pierde todos los otoños en nuestros prados y bosques sin que casi nadie las apañe. Ye lo que hay.

En mi soledad, entre golpe y fallo, me da tiempo a recordar el aplauso, inmerecido, que unas mujeres, siete creo que eran, me dieron en los Campinos, los antiguos Patos y también Alférez Provisional, anteayer por la tarde, recién estrenado el Nobel de María Corina Machado. Ellas estaban allí, subidas al pasillo que domina las aguas que antaño abrigaban aquellos patos; con sus banderas venezolanas, y algo que parecían altavoces pero que, cuando yo pasé, no estaban en uso. Las terrazas de la plaza estaban rebosantes, pues el atardecer casi veraniego daba para ello, y a mí, que María Corina me parece una suerte de María Pita, o de Agustina, me dio por acercarme y decirles simplemente: “Enhorabuena a María Corina y al pueblo de Venezuela”, recibiendo el inmerecido pago de unos vivas y aplausos que hicieron que algunos volvieran la vista desde las terrazas, aunque ninguno se acercó.

Están los venezolanos de la diáspora, que son millones, con el ánimo bastante caído ante esa dictadura criminal y abominable que parece interminable, a la que nuestro gobierno, en sus vaivenes en función de la problemática interna y los oscuros tratos de Zapatero, trata con un mimo que sólo jueces e historiadores lleguen quizás algún día a explicarnos, y este premio a María Corina les ha dado un soplo de esperanza, aunque el doctor Sánchez aún no ha encontrado tiempo para felicitarla –¿Quizás porque ella trata con Abascal?- marcando una vez más la distancias con el resto de Occidente, y con una también silente Casa Real que me ha dejado estupefacto por ello.

Más arriba, cerca del Jardín botánico me encuentro un corro de boletus edulis, oportunidad perdida para un magnífico risotto.

Raúl Suevos

A 13 de octubre de 2025

Traducción en asturianu en abellugunelcamin.blogspot.com

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