Pepín el bueno
En mi generación la historia patria se trataba bastante, y
una de las figuras que nos resaltaban como ejemplar era la de Guzmán el Bueno,
por aquello de sacrificar a su hijo antes que entregar la plaza de Tarifa a los
enemigos de su rey. Aunque parezca mentira, la del coronel Moscardó, defensor
del Alcázar de Toledo durante la Guerra incivil, y con su hijo fusilado por los
asediadores en similares circustancias, no era tan aireada en el currículo
escolar del denostado franquismo. Ye lo que hay.
El caso es que Guzmán el Bueno representaba especialmente los
valores de lealtad, honor, valentía y sacrificio, todos ellos de especial
importancia para los rectores de España en aquella época, y no incluyo el
patriotismo, sí en el caso de Moscardó, por aquello de que el de Tarifa era al
rey a quien juraba lealtad y no a la Patria.
En mi pequeño mundo infantil de barrio gijonés, callejero y
peleón, no se iba tan lejos en lo de los valores, pero sí los había, y,
especialmente para mi madre, había que cuidarlos desde el principio, por eso, a
ella le preocupaba que yo me descarriase y me convirtiese en un pequeño
atorrante, visto las amistades coetáneas de las que me hacia acompañar; para
nada de su gusto. Ella quería otra cosa para mí, y el espejo en el que debía
mirarme era Pepín el bueno. Un niño tan bueno que no rompía un plato ni
queriendo. Pero yo, nada, porfiaba en la senda callejera para disgusto y
preocupación materna.
En la vida suele suceder así, no sabemos o no acertamos a la
hora de elegir nuestras compañías, y cuando se trata de personas normales el
asunto no tiene trascendencia más allá del entorno del individuo en cuestión.
No así cuando cuando en lugar de personas hablamos de personajes, como es el
caso de un presidente de gobierno, como es nuestro caso.
El doctor Sánchez acaba de regresar de una cumbre de Europa
con la Comunidad de estados latino-americanos y caribeños, un tinglado montado
por el difunto Chávez, en los tiempos del maná petrolífero venezolano, para
dejar fuera a los Estados Unidos y Canadá. Una cumbre donde, junto a él, los
dignatarios más importantes eran Lula y Petro, dos significados líderes de la
izquierda bolivariana, bastante alejados ambos de las corrientes de poder que
fluyen actualmente en Europa y al norte del rio Grande. Amistades peligrosas,
en cierto modo y en el momento actual. Quizás mejor hubiera sido quedarse en
casa.
Mientras, el Rey, siguiendo las instrucciones del gobierno,
como es su obligación, viaja a China, en otra muestra innecesaria del hecho
diferencial español en este momento de tensiones globales, olvidando que siempre
es bueno tener un Pepín el bueno como referente.
Raúl Suevos
A 10 de noviembre de 2025

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