La memoria de cada uno
Leo hoy en un medio nacional la vivencia de una señora de San Sebastián, 40 años, a la que ETA privó hace treinta y cinco de una infancia feliz al lado de sus progenitores, a ella y a su hermana, y a los padres de sus padres. Todos ellos, especialmente las niñas, marcados por el señalamiento posterior de los terroristas que justificaron el asesinato de sus padres a la salida de un bar del casco viejo “por drogadictos y maleantes”. A su entierro, casi oculto, apenas asistió nadie, y por parte de la clase política sólo un Gregorio Ordoñez que sería también asesinado algún tiempo después. Era la ley de hierro de los terroristas vascos, primero la muerte física y después la muerte social de los asesinados y de sus allegados. Esta chica, hoy mujer adulta, consiguió escapar de la prisión social de las tierras vascas, siempre con la vergüenza de creer lo que los murmullos y la maledicencia de una población de cobardes había impregnado en su mente de niña desamparada, y tras años de peri