¿De qué color es el balón de oro?

 

Estábamos en la primavera de 1996 y acompañado de dos compañeros iba camino de Dubronik, la famosa ciudad croata de la Costa dálmata. Allí nos esperaba una reunión, que se esperaba difícil, con el coronel croata jefe de aquella zona militar en la que buscábamos tener acceso a la línea donde desplegaba su artillería.

El asunto empezó mal, nos habíamos olvidado en nuestra base el modesto obsequio pensado para romper el hielo, y el tipo, un gigante de casi dos metros y, según dijo, 32 años de edad, no ponía buena cara, pero aún así nos invitó a comer con él en su cuartel general. Allí la mesa estaba dispuesta frente al televisor pues en minutos empezaba la final de Copa croata, entre el estrella de Zagreb, escuadra del Ejército, y otro equipo que no recuerdo.

Mis escasos conocimientos futbolísticos me llegaban para percatarme de que aquel psicópata, ascendido repetidamente por méritos sangrientos según nos contó, era forofo del Real Madrid, como uno de mis acompañantes, lo que nos sirvió para lograr el éxito en lo que buscábamos, y reafirmó mi intuición sobre la necesidad de saber algo de futbol, y del equipo merengue.

Ayer entregaban en París el premio del Balón de oro, que el año pasado se suponía iría a las manos de Vinicius, ese visceral jugador que tantos éxitos lleva dados a su camiseta, pero que, a última y sorpresiva hora se llevó una vez más el argentino Messi. Y este año parecía cantado, después de una extraordinaria temporada, que el trofeo sería para este joven brasileiro, de carreras inalcanzables y prontos imposibles de controlar cuando las patadas o los insultos sobrepasan lo aceptable. Pero tampoco ese balón ha sido para él.

Ese tinglado montado por un periódico deportivo francés pasa por otorgar los trofeos más valorados en el mundo del futbol, y su proceso interno se basa en las votaciones de una serie de futbolistas, entrenadores y periodistas deportivos, con carácter secreto y, no debería ser necesario subrayarlo, subjetivo. Y aquí es donde quería llegar.

El tal Vinicius, brasileiro de raza negra, viene quejándose repetida y públicamente del razismo que él directamente sufre en las canchas de futbol, particularmente las españolas, que es dónde juega, y hasta ha llegado a parar algún partido por esta razón; incluso llegó a afirmar que no debería habérsele otorgado la organización del Mundial a España. ¡Qué osadía¡ Tendrá algo que ver esto en las votaciones.

El agraciado este año es un jugador español, Rodri, que dicen que es buenísimo. Premio recibido con alborozo en España tras tremenda sequía de 64 años, lo que parece haber alegrado aquí a todo el paisanaje, pero a mí me ha dado por mirar el palmarés de tal premio, y resulta que en los últimos tiempos se hace difícil llegar allí con la piel morena, y, si además perteneces a un equipo insoportablemente victorioso que mantiene un duro contencioso con las estructuras oficiales del futbol, parece poco menos que imposible no se interrogar sobre la ecuanimidad del sistema de elección de un galardón que, dicen, es el más importante del futbol. En todo caso enhorabuena a ese Rodri, columna vertebral de la selección nacional, que además, dicen, es un tipo excelente en lo personal.

Raúl Suevos

A 29 de octubre de 2024

Traducción en llingua asturiana en abellugunelcamin.blogspot.com

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