De feministas y de transplantes

DE FEMINISTAS Y TRANSPLANTES
Pasados unos días de las celebraciones del 8M –no tengo claro si el sustantivo es el adecuado- y casi olvidadas algunas de las pancartas, entre ofensivas y bochornosas, de la jornada, me atrevo a escribir algunas reflexiones sobre el asunto desde el punto de vista de un varón hasta cierto punto atribulado por el sentimiento de ser una especie de monstruo de insensibilidad hacia la condición femeninaLa tiranía de las convenciones sociales convierten, en este caso, la discrepancia o la  disconformidad en algo arriesgado, pese a todo intentaré explicarme.
Los tiempos del “varón domado” de Lidia Falcón quedan bastante lejanos aunque en su momento este libro supuso un hito en la conciencia social del país, y alguna huella debió quedar; desde entonces, en lo que a igualdad de género se refiere, a España ya no la conoce “ni la madre que la parió”, como en su momento prometiese Alfonso Guerra, aunque él no fuese un paladín en estos ámbitos. Para algunos, o habría que decir algunas, estos cambios no son suficientes; para mí tampoco, porque el objetivo no puede ser otro que la igualdad total; y es en la cuestión de la violencia de género donde con más virulencia se hace sentir la batalla feminista. Los medios de comunicación, en cualquier soporte, se hacen eco de ese grito, posiblemente porque el asunto vende y la información no deja de ser un negocio. El grito, por momentos, parece ensordecedor y los poderes públicos reaccionan con medios de apoyo a la mujer sometida a esa violencia, positivo, y con legislación que llega incluso a conculcar la igualdad de derechos, no tan positivo.
Para el personal de a pie, varón, la situación de ametrallamiento informativo de carácter negativo sobre este asunto le lleva a pensar que uno lleva dentro de sí, sin saberlo, un sicópata encubierto, y no puede por menos que preguntarse si la situación es tan dramática, dando por descontado que para las 47 asesinadas el pasado año –según el Instituto de la mujer- el drama lo fue en grado máximo. Confieso que en ocasiones me siento como miembro de un club de apestados. Pero, ¿Hay nueces para tanto ruido?
Según datos europeos España solo es superada en datos positivos por Chipre, Malta e Islandia, países pequeños todos ellos, y nuestro país puede presumir de ser mejor, en este aspecto, que el resto de Europa; Francia dobla, y Alemania casi triplica nuestro porcentaje de cifras sangrientas. Además de lo anterior conviene no dejar de lado, de nuevo según cifras del Instituto de la mujer, que el 38% de 
los asesinos son extranjeros y el 36% de las asesinadas también, lo que debería llevar a mejorar la percepción sobre ese denostado varón español. Curiosamente en las noticias no se da cuenta de la nacionalidad de víctimas y victimarios; quizás no interese.
Hace poco, en un programa de debate televisivo sobre la violencia de género, un criminólogo, único representante varón y en calidad de técnico, osó sacar a colaciónestas cifras lo que le ocasionó una lluvia de denuestos por parte del resto de ponentes, féminas, incluida la presentadora. Era pertinaz el criminólogo y en otro lance no tuvo mejor ocurrencia que apuntar que era superior el número de niños muertos por madres que los que morían a manos de sus padres; aquí la situación derivaba hacia el tumulto y ya no quise seguir de espectador. Esto últimos datos no pude comprobarlos pero sí que encontré varios artículos que hacen referencia al punto y concuerdan con el sufrido criminólogo.
La pregunta que me hago es si todo esto es necesario; si hay que seguir manteniendo esta dramatización de las noticias sobre violencia de género para, a través de este sistema, lograr la concienciación de nuestra sociedad o, por el contrario, existen otras posibilidades, otras vías. Encuentro la respuesta rápidamente en los trasplantes de órganos. Curioso ¿no?
Pues sí. España es líder desde hace años y a nivel mundial en cuestión de transplante de órganos, y 
mejoramos cada año; y todo ello regocijándonos cada vez que nos llega la noticia de nuevas vidas salvadas por este medio, y sintiéndonos orgullosos como españoles cuando cada año nos dicen que hemos vuelto a batir marcas y a ser ejemplo para el resto de países. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo con la violencia de género? ¿Por qué no  podemos sentirnos orgullosos de ser mejores que alemanes, italianos o suecos? ¿Quizás porque el asunto se ha convertido en una interesada bandera política por encima del real interés en las personas? No lo sé pero no deja de llamarme la atención el enfoque que aquí le damos a este problema.
Raúl Suevos
A 17 de marzo de 2019
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