Programa progresista para el país de Jauja

PROGRAMA PROGRESISTA PARA EL PAÍS DE JAUJA
Es Jauja una región del centro del Perú en la cual, durante la época de su pertenencia a España, las cosas de la economía marchaban tan bien que llegó a decirse que en sus arroyos corría leche en vez de agua y sus árboles daban buñuelos como frutos naturales. Tanta era su fama que en la metrópoli se acuño la frase de esto es Jauja para describir una situación de extrema bonanza.
Viene lo anterior a cuento de las 300 medidas/propuesta del señor Sánchez –eludo a propósito hablar de partido o gobierno puesto que la personalidad de nuestro presidente tapa el brillo de todo lo demás- y que, lleno de esperanza, he tenido los redaños de leerme. Lo he hecho con tanto detenimiento que, al finalizar, las medidas habían crecido hasta 370. Si la eficacia de las mismas creciese en la misma proporción y rapidez estaríamos ya más cerca de parecernos a Jauja.
Antes de seguir he de señalar que a mí esto del progresismo siempre me ha dado mucho que pensar porque en la Academia militar siempre me enseñaron que se progresa para alcanzar unos objetivos y en el mundo de la política cuando se habla de progresismo solo caben dos opciones, o no se definen los objetivos o son tantos que uno se pierde a la hora de priorizarlos o simplemente clasificarlos. Puede que este sea el caso.
Además, si nos autocalificamos como progresistas ¿Qué pasa con los demás? Obviamente tienen que ser reaccionarios, o al menos inmovilistas. Con un simple juego de adjetivos ya hemos logrado descalificar a nuestros oponentes. La izquierda lleva jugando a ser progresista desde los tiempos en que Rousseau inventó la voluntad general y ella, la izquierda, se propone como única calificada para interpretar esa voluntad general; salvo cuando hay varias izquierdas, en cuyo caso la lucha por esa interpretación, ahora la llaman relato, puede llegar a niveles épicos de navajeo. Puede que este sea el caso.
El caso es, volviendo a las medidas, que en ellas encontramos un cúmulo de buenas intenciones y propuestas, cuasi maravillosas, que van hacia un, también maravillosoestado de bienestar al que nos arriesgamos a no llegar si a) no se le apoya en su próximo intento de formación de gobierno, b) no se le vota en la próximas elecciones, caso de fallar la opción a).
Las medidas, en general, promueven los subsidios más o menos encubiertos, alientan a los sindicatos, potencian el SMI, recortan la reforma laboral ahora en vigor, reparten chuches a diestro y, más, a 
siniestro. Habrá hasta internet a precio módico en Marentes, último pueblo de Ibias antes de llegar a la provincia de Lugo; hablan, aunque poco para no asustar, de fiscalidad y dedican, ¡cómo no! un capítulo a la memoria histórica, ahora memoria democrática, en la que la momia de Franco aparece como, esta vez sí, objetivo preferente.
A mí, que no soy economista, me parece que todo eso debe costar un güevo, ¡perdón! un riñón, y solo se me ocurre que el dinero para financiarlo venga de unos mayores ingresos del estado, vía una mayor actividad económica desarrollada por unos empresarios de los que no se habla en todo el documento, porque no quiero pensar que sea vía unos impuestos de los que, como ya indiqué, se pasa casi de refilón.
Queda otra posibilidad para llevar a cabo tan maravillosas medidas y es que éstas se financien vía deuda, camino este en el que los últimos gobiernos parecen haberse especializado, tanto que, una vez endeudados nuestros hijos, podemos empezar a endeudar a nuestros nietos. Además ahora el dinero está barato. Aprovechemos, que los nietos no votan.
Finalmente, la edad me hace recordar que la situación se asemeja muchísimo a la de la llegada del primer gobierno Rajoy, con un programa maravilloso que la crisis –aquella que Zapatero negaba- 
obligó, o eso dijo él, pese a tener mayoría absoluta, a dejar de lado inicialmente para luego olvidar completamente. Puede que este sea el caso.  
Raúl Suevos
En Gijón a 5 de septiembre de 2019

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