Ceriñola


Hoy 28 de abril se cumplen quinientos y pico años de la batalla de Ceriñola y, posiblemente, de la entrada en la historia militar universal de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, aunque si se busca la referencia en los grandes tratadistas anglosajones poca alusión se encuentra; supongo que se debe a que la mayoría son unos hijos de la Gran Bretaña y a que ellos llevan escribiendo la historia durante los últimos doscientos años, quizá más.
Ceriñola representa un cambio fulminante en el paradigma militar, el fin de la caballería pesada y noble, del arte militar francés, por la humilde infantería de los tercios españoles. Esto duraría hasta Rocroi, cuando los franceses nos dieron para el pelo ciento cincuenta años más tarde. Pero esa es otra historia.
Los franceses, que señoreaban la Campania y Nápoles, habían roto el pacto firmado por las coronas respectivas y el Gran Capitán, en inferioridad, tuvo que espabilarse y en rapidísimo movimiento ocupó la villa, a continuación fortificó el terreno con fosos, trincheras y estacadas que conducirían y frenarían al enemigo para batirlos con los fuegos de la infantería; finalmente el choque de infantes y jinetes acabarían dando la victoria en menos de dos horas y con ella el comienzo de la retirada francesa de tierras italianas.
En la Academia General Militar, dónde en mi época, finales de los 70, se vivían los primeros años de la vida militar de los oficiales, nos encuadrábamos por secciones de clase que formaban también las de la instrucción de combate. Era cada año una experiencia de convivencia extrema que forma amistades y entendimientos para una vida. En tercer curso, el último antes del ascenso a alférez, me tocó la Ceriñola.
Era esta el aula número 17, la última de un largo pasillo en el que por su ubicación éramos agraciados con un escaso número de visitas por parte de los capitanes profesores durante las tardes de estudio, lo que no dejaba de ser una suerte. En el interior, en la pared lateral estaba el mosaico de azulejos, Ceriñola 1503, y debajo el artículo de las Reales ordenanzas de Carlos III y que las de Juan Carlos I han dejado tal cual “el que tuviere orden de conservar su puesto a toda costa, lo hará” ¡Cuantas discusiones juveniles sobre la correcta ubicación de la coma¡. Detrás de él están Baler, Toledo, Santa María de la Cabeza y tantos otros.
En primavera nos desplazamos a la Sierra de Albarracín para los anuales ejercicios de guerrillas en las que a los de nuestro curso nos tocaba el papel de enemigo para que los de cuarto curso nos vapuleasen, razón por la que obviaré las bellezas de la Sierra que por sí sola merece un libro entero. Al finalizar la penuria de las dos semanas nos concentramos en Teruel y se nos dio la tarde del
 domingo libre antes de embarcar para Zaragoza. El centro acabó siendo peligroso por la presión de
 los profesores y un grupito, dirigido por un líder genial que se nos fue muy joven, acabamos en el
 local del Partido Comunista de Teruel. La rúbrica final, entre abrazos y juramentos de amistad
 eterna, fue el canto del Himno de Infantería –ellos se lo sabían- y la Internacional. Un viejo militante, emocionado, nos comentó que nunca hubiera imaginado tal escena con unos futuros
 oficiales del Ejército. Nosotros no estábamos emocionados, más bien perjudicados, pero es cierto que estábamos ante el albor del Ejército de hoy.
Felíz jornada de Ceriñola.
Raúl Suevos
A 28 de abril de 2020
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com

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