Pasaje para Dubrovnik

 

Leo en la prensa de hoy que una línea española abrirá una ruta semanal desde Barcelona a la joya de la costa dálmata a partir de mayo y, según parece, también lo hará otra yanqui desde Nueva York. Son señales de que la industria turística comienza a ver luz al final de este largo túnel pandémico, y son buenas noticias para todos, no solo para Dubrovnik, antes Ragusa, y ahora, para muchos, Desembarco del rey de Juego de Tronos.

Esta ciudad era una de las conocidas como repúblicas marinaras, junto con Génova, Venecia, y la coqueta y recogida Amalfi. A principios de los noventa, durante la guerra que desmembró a Yugoslavia, estuvo a punto de sucumbir bajo el fuego serbio que lanzó sobre ella más de 2000 granadas de artillería pero, afortunadamente, la impresionante ciudad medieval superó el trance y pronto recuperó su atractivo de siempre enmarcado por el azul del Adriático y los cipreses de sus arboladas costas.

A finales del 95, desplegado de misión en Bosnia con nuestras Tropas de montaña, llegó a mi fax un mensaje equivocado en el que descubrimos un remitente del ejército croata encargado de las relaciones con las fuerzas internacionales. Planteada la oportunidad al mando se decidió que me desplazase a la ciudad, a varias horas de nuestro cuartel general, para ver qué podíamos sacar de aquel personaje.

Tras varias conversaciones telefónicas allí me desplacé, empezando el viaje con el descubrimiento del esplendido paisaje del sur de Dalmacia, hasta entonces vedado para nosotros; entrando y cruzando por el norte la ciudad moderna y recibiendo miradas de estupor de los viandantes, poco acostumbrados a ver vehículos militares españoles por aquellos lugares; enseguida superamos por la carretera a media ladera las murallas de la ciudad vieja y, casi a las afueras de la ciudad, llegamos al edificio de piedra caliza que me habían indicado. 

Después de identificarme en la puerta me hicieron pasar a la oficina del Comandante Peta Mixa Mihoxevic, que así se llamaba el tipo, y mi primera visión fue un Kalashnikov de cañón largo y mira telescópica apoyado contra la pared, “será casualidad o para amedrentarme”, pensé; inmediatamente, como queriendo despejar posibles dudas, el hombre se adelantó sonriente y con la mano extendida. Alto, peinado con gomina hacia atrás y bigotillo estilo galán de Hollywood años 40, ojos azules, un bello ejemplar croata consciente de su atractivo y acostumbrado a utilizarlo. 

Me contó que el arma la tenía asignada aunque no la empleaba, vaya usted a saber, la línea de confrontación con los serbios no andaba lejos. El caso es que tomamos interesantes acuerdos para el futuro que nos sirvieron para cuando, poco después, nuestra caballería se desplegó en Trebinje, la vecina ciudad serbia al otro lado de las montañas que dominan Dubrovnik, y a mí, en lo inmediato, me dio las señas de un criadero y restaurante de ostras en Mali Ston donde, ya en el camino de vuelta hacia Medjugore, me trataron como se merece el primer cliente en varios años.

Con el tiempo pude saber que Peta era el antiguo director del festival de las artes de Dubrovnik, y que continuó siéndolo tras la guerra, en la que se había alistado voluntario con el inicio de las hostilidades y en la que acabaría con el grado de coronel, para seguir después con su profesión de relaciones públicas y hombre de teatro.

Buena señal es que se reanuden los vuelos a Dubrovnik, aunque ya non quede ningún Lanister.    

Raúl Suevos

A 25 de abril de 2021

Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com

Comments

  1. Preciosa Ciudad. Recuerdo que en la mala carretera de subida a Trebinje había una mina de unos 1000 Km bajo el firme. No se hacia donde iban los malditos cables pero pasar por allí daba algo de yuyu. Hace unos tres años volví por allí, no sabía que hicieron con la mina pero no había ninguna señal de ella y la carretera aunque mejorada era bastante mala e incluía un paso fronterizo muy pesado

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    1. Cuando yo estuve allí la desactivaron los zapadores de la BRIPAC, creo que SPABTI XX?

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