La dignidad de los vencidos

 

Los medios de comunicación nos bombardean tan intensamente con imágenes –símil obligado dada la circunstancia ucraniana- que en poco tiempo se desvanecen ante el peso de las que llegan en días sucesivos. La de ayer, para mí, estaba en esa columna de hombres y mujeres –aquí sí que me parece imprescindible y obligado usar el lenguaje inclusivo- que avanzaban por una larga, amplia y desolada avenida para entregarse a los soldados rusos. Eran los defensores de la acería de Azovstal, en Mariupol. Los héroes más notorios, entre otros muchos, de esta carnicería en que se ha convertido la invasión rusa de Ucrania.

La guerra es en sí misma uno de los aspectos más terribles de la condición humana; y en la antigüedad, ante la falta de comunicación pública, era difícil tener noticia de lo que sucedía. Pese a todo, la historia nos ha traído el relato de algunos episodios particularmente terribles, especialmente cuando se trataba de asedios, como fue el caso de la caída de Jerusalén a manos de los cruzados, o Constantinopla bajo la cimitarra otomana.  

En los tiempos modernos, pienso en el siglo XX, los oyentes empezaron a tener puntual noticia, más o menos manipulada, de lo que sucedía y, por ejemplo en nuestro caso, el asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza, defendido por fuerzas de la Guardia Civil, o la feroz defensa del bastión del Mazucu, en Asturias, por los combatientes republicanos fueron objeto de continuado seguimiento y dieron cuenta de la grandeza de los defensores de ambas posiciones. Suelen ser los defensores, supuestamente en inferioridad, los que concitan el favor de la opinión pública en casi todas las situaciones.

En Mariupol, gracias quizás al Starlink de Elon Musk, hemos podido contemplar las terribles condiciones en que se desenvolvían defensores y familias. Imposible no tomar partido por ellos, por más que algunos hayan querido presentarnos a los heroicos miembros del batallón Azov como filonazis, y a mí, personalmente, me han parecido la mejor expresión de amor a la patria que Ucrania podía encontrar.

Ayer, siguiendo órdenes del mando, entregaron las armas y se rindieron. Desfilaron ordenadamente para ser cacheados y conducidos al cautiverio; y no se me escapa que, en tiempos pasados, lo hubiesen hecho desfilando con banderas desplegadas, al toque de tambor y portando sus armas. Eran tiempos en que la guerra, esa terrible expresión de las relaciones políticas, se conducía con honor.

Dicen ahora los rusos que convertirán Mariupol en una ciudad de vacaciones, algo así como un Port Aventura a lo ruso, que no sé exactamente a qué puede parecerse; aunque mirando a Viborg, la antigua y riquísima segunda ciudad de Finlandia, puerto pujante del Báltico hasta que los soviéticos se apoderaron de ella, podemos hacernos una idea, puesto que aún se pueden visitar las ruinas, nunca recuperadas, de la guerra; y hoy sobrevive principalmente del turismo finlandés que aún llora por la perdida Carelia. Ye lo que hay.   

Raúl Suevos

A 19 de mayo de 2022

Traducción en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com

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