La Isola Bella

 

En medio del tiempo revuelto de estos días por fin un pronóstico feliz, en lo atmosférico, que nos permite programar una escapada a un rincón que hace tiempo buscábamos; las islas Borromeo, en el lago Maggiore.

Un lago, el Maggiore, que no lo es, pues siendo grande, el de Garda le aventaja en un tercio al menos, pero como todos los del norte de Italia es simplemente magnífico, con la particularidad en éste que su parte norte pertenece a Suiza, en sus cantones de habla italiana, y, si mi recuerdo no me falla, y si así fuese tampoco importa mucho, el famoso Hemingway hace escapar a su protagonista del “Adios a las armas” remando en una barca en medio de la noche hacia aquel país, huyendo de una Primera Guerra Mundial de la que, pese a ser conductor de ambulancia voluntario, ya estaba ahíto.

El caso es que este lago, en su parte italiana, ha sido propiedad a lo largo de los siglos, de una de las familias más ricas del país, superando a los Médicis toscanos en longevidad, pues aún hoy siguen en lo alto de la pirámide social del país, y también en la económica. Son los Borromeo, pasto de revistas últimamente pues una de sus vastagos, Beatrice, emparentó mediante boda con los Grimaldi de Mónaco, y ya se sabe, eso es bocato di cardinale para el papel couché.

En el lago, cuyos derechos de pesca creo que aún son de la familia, se aprecian tres islas, todas de su propiedad, y en las que, siglo tras siglo, han ido levantando edificaciones –palacios- y jardines; llenando los primero de obras de arte y los segundos de especies exóticas traídas de medio mundo. El conjunto pasa por ser una autentica maravilla, y ciertamente lo es, aunque nuestro soleado día resultó poco menos que una pesadilla.

Parecía aquello el desembarco de Normandía, con docenas de lanchas y transbordadores, todos ellos cargados de ancianos, o más aséptico, over 75*, de todas las nacionalidades y lenguas, aunque me llamó la atención la ausencia de japoneses, en tal cantidad que el largo recorrido por la Isola Bella, la única que visitamos, montado en modo Ikea, de forma que el visitante no pueda evitar ni las tiendas, ni la cafetería del palacio, y, finalmente, los muchos restaurantes que en la zona de salida esperan al hambriento y cansado turista, resultaba agobiante y quitaba las ganas de detenerse; si bien, todo hay que decirlo, las muchas obras pictóricas no cuentan con grandes firmas y su importancia se halla en su propia disposición abigarrada en los grandes salones.

Es realmente el conjunto de las islas y sus jardines en el entorno de este lago rodeado de las cumbres de las primeras estribaciones alpinas lo que impresiona, y la presión de los abuelos nos invita a dejar la Isola Madre, donde se encuentra la estatua gigante de San Carlos Borromeo, y los jardines Pallavicino para otra ocasión en la que la presión turística no sea tanta, aunque visto lo visto es dudoso que queden fechas tranquilas para tal lugar.

Después, y ya de nuevo en la orilla, tomamos el paseo de la rivera, una autentica delicia, esta sí, que en modo jardín botánico salpicado de playas lacustres lleva hasta la vecina Stresa, una villa turística con una línea de grandes hoteles al modo de Dauville, Cannes o Montecarlo que da idea de lo que fue y aún sigue siendo esta zona como meta turística, pero que a mí me emociona por el homenaje que aún mantiene al Alpino y el mulo de montaña.

Allí, en Stresa, encontramos una ostería de la que me queda el recuerdo de unos raviolini rellenos de crema de patata a las hierbas y cocidos en caldo de estofado de carne, una delicia que encaja deliciosamente con un brunello de Montalcino de precio asumible, y que coronamos, con un tiramisú confeccionado con cerveza en lugar de café; sorprendente y riquísimo . Ye lo que hay.  

Raúl Suevos

A 16 de mayo de 2023

*El escribidor se ha permitido la licencia de poner en 75 años la línea de ancianidad para evitar comentarios agresivos sobre la propia persona.

Traducción en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com

 

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