Una Constitución coja

 


Confieso que tenía previsto pasar del tema; pero después llega el día y resulta poco menos que imposible sustraerse a la avalancha de empalagosas aportaciones periodísticas, o quizás debiera decir opinionísticas, en todo tipo de soporte, prensa escrita, radio, televisión o redes. El día 6 de diciembre suele ser el día en que los españoles, al estilo de aquel inolvidable mister Wolf de profundas convicciones filosóficas que creara la imaginación de Quentin Tarantino, nos regodeamos en las excelencias de nuestra Constitución.

Lo cierto es que, si no lo es ya, va camino de ser la más longeva de nuestra historia constitucional, lo que ya le da un cierto nivel y reconocimiento. También cabe elogiar el altísimo grado de aceptación que logró cuando los españoles de entonces fuimos llamados a votarla en referéndum. Y a nivel institucional no hace ni un mes asistimos a la imposición del Toisón de oro a los dos supervivientes del grupo conocido como padres de la Constitución, lo cual añade un plus a la importancia al documento y sus autores. Ye lo que hay.

A mí me pilló recién llegado al mundo real, ese en el que se supone que te toca buscarte la vida, ya sin el respaldo de tus padres, y, supuestamente adulto. Y aunque aquel voto, tremendamente influido por la avalancha de comunicación institucional de carácter positivo, parecía cantado, aún tuve tiempo y ganas para leerme el panfletillo que el gobierno nos hizo llegar a todos los españoles, y, pese a todo y acabar votando por ella, no me acabó de convencer el Título VIII de la Carta. El de la organización del estado. Ese tan desgastado hoy.

El asunto venía mosqueándome desde el artículo 2, el que habla de nacionalidades, y, conociendo a los españoles, en cuanto uno de ellos, me parecía que la solidaridad interregional y la igualdad entre españoles que el título VIII proclamaba era algo de muy difícil alcance; y el tiempo parece haberme dado la razón. Las nueces que el PNV lleva recogiendo desde hace muchos años, y la independencia interruptus de Puigdemont están ahí para muestra y recuerdo constante. El resto de taifas regionales, cada una a su nivel, siguen el rastro de estás dos.

En el plano operativo, en estos últimos tiempos, he comprobado también que en lo que a control del Ejecutivo nuestra Constitución tampoco es capaz de darnos respuesta. Ese Gobierno, que se supone fiscalizado por el Legislativo, lleva ya tres años sin Presupuesto, la herramienta fundamental de gobierno, y no pasa nada. No existe mecanismo constitucional que simplemente sirva para que el Ejecutivo dé cuenta de su acción ante los españoles, incluidos los cambios unilaterales en política internacional. Preocupante

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Raúl Suevos

A 6 de diciembre de 2025

Traducción en asturianu en abellugunelcamin.blogspot.com

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