Méjico, el hijo que reniega del padre


En una esquina de la avenida 20 de Noviembre, cerca ya del Zócalo de la capital mejicana, se encuentra un edificio gris, sin personalidad, sin grandes detalles que anuncien su condición hospitalaria. En un lateral la puerta de acceso; hay que entrar con decisión, sin preguntar, no se admiten turistas, al fondo el pasillo se abre y nos encontramos en un patio claustral con dos pisos con arcadas sostenidas por esbeltas columnas, puro estilo colonial, en el centro el jardín con su fuente y en las paredes de los corredores, en paneles pintados al óleo, encontramos la historia del Hospital de Jesús, fundado por Hernán Cortés en 1524. Sí, en 1524, y aún en funcionamiento.

Al lado del hospital se encuentra la iglesia de Jesús Nazareno, al fondo, a la izquierda del altar, en alto, puede verse la placa que da cuenta de que allí se encuentran los restos del padre de Méjico. Y menos mal, la historia de estos restos da para una buena novela, un novela de ingratitud, por supuesto. No  hay que buscar más, porque nada hay de Cortés en Méjico.
No es la historia de Hernán Cortés el objeto de este escrito, lo hicieron muchos antes y mejor, el francés Duverger el último, y antes Salvador de Madariaga. Tampoco se pretende dar cuenta de la epopeya de la conquista de Méjico, pues de eso se trató, de una epopeya. Se busca dar cuenta del autoengaño mejicano precisamente cuando el próximo 12 de marzo se cumplirán 500 años de la llegada de Cortés a las costas de Tabasco y del inicio de su periplo histórico, y de nuevo allá el silencio rencoroso será la respuesta y aquí  un pasar de puntillas para no molestar a la nación hermana. No echemos la culpa a los anglosajones por la Leyenda negra, nosotros somos los primeros en darle crédito.
La Conquista, llevada a cabo por un puñado de hombres contra dos imperios militares como el Inca y el Azteca, pudo producirse porque estos tenían carácter semisacerdotal de explotación asiática, es decir unas élites que explotaban inmisericordemente a la masa de súbditos y que, en el caso azteca, se permitían las anuales “guerras floridas” con el único objetivo de capturar victimas sacrificatorias a sus dioses. Cualquier nuevo regidor sería más llevadero.
Cortés, formado en Salamanca y al que sus biógrafos suponen buen conocedor de la vida de Julio Cesar y de Alejandro Magno, empleó el divide et impera desde los primeros momentos, gracias a los 
conocimientos transmitidos por Jerónimo de Aguilar y, sobre todo, Doña Marina, la Malinche, sin duda la mejor traductora/interprete que han conocido los tiempos, lo que le permitió ver la oportunidad de aliarse con totonacas y tlaxcaltecas sin los cuales vencer a los aztecas hubiese sido imposible.
De Alejandro tomó la mezcla de culturas que consideró la única posible para desarrollar una nueva sociedad americana. Empezó él mismo con Martín, hijo que tuvo con Doña Marina, que es considerado el primer mestizo de Méjico, y siguió promoviendo las parejas mixtas puesto que las Leyes de Indias, sin duda el primer Tratado de Derechos humanos de la historia, dotaban al indio de derechos personales inalienables. Otra cosa fue el respeto de la ley a tales distancias de la metrópoli.
Las naciones americanas, y por lo tanto Méjico, nacieron de una causa sobrevenida, la ocupación de España por Napoleón, y lo que empezó como una sublevación por Fernando VII y la Virgen María pronto acabó en una merienda de criollos. Iturbide, primero regente y después emperador, acabó fusilado; Méjico es un lugar históricamente difícil para que sus líderes mueran en la cama. El caso es que, todas estas nuevas naciones, faltas de la “madre patria” necesitaban crear una nueva nacionalidad y esta vendría de la deconstrucción de todo lo español, esto era y es lo negativo. E
nuevo paradigma, que no podía venir del indigenismo, al que se despreciaba, vendría de la mano de los caudillos militares, a los que se debía venerar. En el caso mejicano también se recuperó el mito mexica/azteca, sacralizándolo, y ahora se hace casi imposible desandar el camino.
A Méjico el proceso de aculturación le costó generaciones, aún está  en ello. En este proceso sufrió sangrientas revoluciones y caudillos singulares como Antonio López de Santana,  benemérito de la patria y once veces presidente del consejo de gobierno, el “quince uñas”, que no solo robó todo lo que pudo sino que entregó a los USA el 50% de su territorio en una usurpación disfrazada de tratado entre desiguales. Hubo otros.
Méjico, “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” que diría Porfirio Díaz, uno de sus caudillos/presidentes, ahora vuelve a lidiar con dos populistas, uno a cada lado de la frontera y no creo que tenga tiempo para recapacitar sobre su origen nacional ni sobre el padre de la nación. No creo que nadie tenga tiempo para recordar que las cenizas de Cortés descansan en el Centro histórico. Quizás sea mejor así, además, aquí tampoco creo que el gobierno, atareado siempre, tenga tiempo que dedicarle.
En estas ocasiones siempre me viene la pregunta ¿Qué hubiese sido si en lugar de Colón hubiese llegado un anglosajón? ¿Si Cortés fuese galés?
Raúl Suevos
a 28 de enero de 2019
  abellugunelcamin.blogspot.com
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Comments

  1. Muy buen articulo. Corto, conciso, certero en sus analisis.
    Un fuerte abrazo desde Mexico.
    JJ

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