Frantalia

 

Así, de pronto, este nuevo palabro parece sonar a muchas cosas y a ninguna, todo al mismo tiempo. Puede recordar la palabra Frantic que da nombre a un álbum de Metallica; palabra de frenético significado. Y puede que algo de frenesí encontremos detrás del nuevo acrónimo pues hace referencia al apresurado tratado bilateral que hoy firman Macrón y Draghi en Roma, y que, según algunos analistas, supone un nuevo e importantísimo realineamiento de fuerzas en Europa. Francia e Italia de nuevo caminan juntas. Veremos.

Desde que Cesar arrasó el oppidum de Alessia –no confundir con Alexa- y acabó con los galos de Vercingétorix, sus caminos se han cruzado o unido en muchas ocasiones. Para la historia queda la frase del Emperador Carlos de que él y su primo Francisco I solo se ponían de acuerdo en una cosa, ambos querían Milán. Tras el dominio español de la bota italiana llegaría la ocupación bonapartista, y con ella la semilla del Risorgimento. Ya con Napoleón III, Italia nace gracias al genio de Camillo Cavour y la ayuda de los ejércitos franceses en Magenta y Solferino; ayuda que se paga con la Saboya y Niza.

Esa buena sintonía se rompería con la aparición de la gran Prusia/Alemania de Bismarck y la firma de la Entente Cordiale entre Francia y Gran Bretaña en 1904, un acuerdo que, en su fondo, ha durado hasta que Boris Johnson apareció con el Brexit bajo el brazo y desbarató la cacharrería europea cual elefante rubio. Ahora, con Merkel retirándose, Putín más pendenciero que nunca, Erdogán desatado, la Francofonía africana azotada por el yihadismo, todo son dolores para un Macron que el año próximo afronta elecciones. Y ha movido ficha.

Frantalia, si funciona, puede ser un gran impulso, en todos los órdenes, para la Europa del sur. Un tren al que España debería intentar subirse aunque sea en marcha –nosotros nunca estamos en la estación de salida, jugamos en otra división, desgraciadamente- puesto que la apuesta en juego va mucho más allá de los hipersobados fondos europeos que aún están por venir. 

Macron y Draghi. Uno formado en la Escuela Nacional de la Administración, cuna de la mayor parte de la élite política y empresarial francesa; el otro, educado como economista en la universidad de la Sapienza, cuenta con una biografía apabullante, en cargos y en objetivos logrados. Son dos ejemplos de dirección política, opinables, por supuesto, pero que se alejan enormemente de la tipología que hemos adoptado en España, la del dirigente profesional, formado desde joven en los órganos del partido.

Frantalia funcionará, o no, pero, en cualquier caso, estoy seguro de que a los ciudadanos de ambos países les tranquiliza comprobar que sus líderes se esfuerzan por mantener a sus naciones en primera línea.

Raúl Suevos

En Gijón a 26 de noviembre de 2021

Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com


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