El Cetro de oro de La Habana

 

En mi época de vecino de La Habana solía pasear con cierta frecuencia la calle Reina, así conocida por todos los habaneros pese a que la Revoluçión la rebautizó como Bolívar hace ya muchos años. Es una calle que abrieron en el s. XIX los ingenieros militares españoles para enlazar el centro de la ciudad con la parte alta, donde acababa de abrirse el paseo de Carlos III -que también mantiene el nombre- y se asentaban las clases pudientes entorno a la Quinta del Capitán general. En ella se pueden encontrar auténticas joyas arquitectónicas, si aún no se han derrumbado.


Una de mis fijaciones era el edificio modernista del Cetro de Oro, nacido como sede de una entonces famosa marca de tabacos propiedad de un tal C. Granda, apellido que delata su origen asturiano y donde aún hoy, en Grado, podemos encontrar la casa de un indiano propietario de plantaciones tabaqueras en Cuba, Casa Granda.

El edificio hace esquina con la calle Campanario, una vía estrecha y abigarrada que sube atravesando el Centro Habana desde San Lázaro, muy cerca del Malecón, lo que debió llevar al arquitecto, Dediot, allá por el lejano 1910, a echar el resto en los adornos del ángulo de la edificación, donde una imagen en relieve de ¿la Virgen? –sin niño- con el cetro,  parece colgar de la esquina abrazando la columna principal del porche. A sus pies, el grabado de marca registrada parece resolver el problema, secularizándolo; sobre ella, el balcón principal cuenta con una impresionante placa torneada de forja y obra que sobresale del resto de balcones, en su mayoría hoy desaparecidos.  

Quedan dos plantas de vivienda con tres balcones cada una en la fachada principal enmarcados por falsas columnas estriadas que rematan en la parte superior del centro con un adorno sobresaliente en altura, franqueado por dos rostros de diosa, o similar, que supongo buscaba acomodar el conjunto al carácter profano del tabaco cubano.

Hoy todo el conjunto es una cuartería, es decir el resultado de la multiplicación de las familias en un mismo espacio a lo largo de los años. Los apartamentos, posiblemente ocupados por terceros con la llegada de la Revoluçión y el autoexilio de muchos propietarios, han visto como los hijos se casaban y ocupaban un cuarto, al que se le añadía una cocina o se tabicaba el salón para lograr más intimidad. Después llegaron los nietos que también ocuparon espacio con sus parejas; y todo ello con una falta absoluta de mantenimiento en el inmueble que, pese a contar con buenos materiales en su construcción, no puede vencer al clima caribeño y al tiempo.

Hoy el Cetro de oro es una ruina, una belleza decrépita si prefieren, y no sé si los últimos y abundantes derrumbes tras las recientes lluvias habrán puesto su nombre entre las maravillas cubanas desaparecidas. Ye lo que hay.

Raúl Suevos

A 8 de junio de 2022

Traducción en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com


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