El ladrido del arenal

 

Salgo a la sablera de San Lorenzo en este domingo glorioso, que no de Gloria, con un sol que quiere homenajear a la playa gijonesa; aquel arenal que pusiera de fondo el universal Goya a su retrato de Jovellanos. Una naturaleza que propone alegría, con finas láminas de agua que doblan la imagen de los andariegos junto a la orilla; una oportunidad para retratistas, como aquellas que capturara, hace ya más de un siglo, Sorolla, en el entonces llamado Muros de Pravia.

El Paseo, ya a media mañana, va quedando en la sombra de un sol con trayectoria otoñal, lo que aumenta la luminosidad de la playa para el paseante, y, mientras sorteo las señoras que, apresuradas, se encaminan a las escaleras con sus típicas sillas plegables, pienso en mi amigo, el poeta Emilio, que si pudiese contemplar la estampa desde su ventana, allí en El Alto, a buen seguro sacaría uno de sus conmovedores relatos. Lo mío es más pedestre.  

Más allá, camino del muelle, aparecen los primeros cánidos, y me doy cuenta que, pese a la total imagen veraniega, estamos ya en octubre, con la temporada de baños oficialmente acabada, y media playa a disposición de los animales y sus dueños. Ye lo que hay.

A la altura de la Escalerona, una lámina de agua más grande nos devuelve la misilística efigie de la torre de San Pedro, rota por la acción de algunos niños que juegan a hacer pantanos en la arena, bajo la atenta y cercana mirada de sus padres, seguramente preocupados por la proliferación de chuchos de todo tipo y pelaje.

Hay un concierto de ladridos pero, en general, los cazadores de las últimas dosis de vitamina D de origen solar no parecen inmutarse, aunque una dama sufre el sobresalto de ser husmeada por un pastor alemán, que se aparta y sigue impertérrito su camino, mientras la sobresaltada se yergue sobre sus posaderas buscando con la mirada un dueño que no encuentra.

Más allá, un pariente del anterior, aunque de blanco pelaje, le roba la pelota a una pareja que juega con sus raquetas, y aunque su dueña, tras disculparse, le da la suya sacándola del bolso, repite la operación con unos niños más adelante. Su castigo será la correa y abandonar la playa por la escalera siguiente. Por díscolo.

En la Rampa veo llegar una pareja con un salchicha peludo que, pese a sus cortas patas, da saltos de contento y ladra como un poseso en cuanto toca la arena, como si supiese que ha empezado su temporada.  

Todo parece rodar bien, al menos desde el balcón del Muro, pero, si queremos ampliar la temporada turística, habrá que repensar este aspecto.    

Raúl Suevos

A 1 de octubre de 2023

Traducción en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com


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