Ardanza, que estás en los cielos
Dudo que haya un lugar donde se entierre mejor que en España,
es una tradición que llegado el último suspiro, si eres una figura pública, no
digamos ya política, todo sean elogios y panegíricos, de tal forma que, para el
personal perteneciente a las generaciones jóvenes, si prestan atención a las
noticias de las grandes plataformas, lo que en el momento actual no parece ser
el caso, se arriesgan a pensar que el finado era una especie de delegado del
apóstol Santiago, enviado por el mismo para arreglar los desafueros de España.
En el caso de las figuras de las artes el asunto va con
matices puesto que se hace necesario diferenciar si el enterrado pertenecía a
lo que antes se llamaba “de la cáscara amarga”, es decir, de izquierdas, aunque
no sé por qué la RAE le adjudica un “de ideas avanzadas” que no deja de
chocarme, en cuyo caso la despedida pasa a adquirir connotaciones de duelo
nacional, con tanto de ditirambos, laudatios y alabanzas, como hemos visto en
los últimos tiempos con alguna figura que no citaré para evitar dar carnaza a
eso que en el spanglish que nos invade llaman haters. Algo que contrasta con
las despedidas de apagados tonos que recibieron, por ejemplo, Julián Marías, el
mejor escritor de su generación, y el asturianísimo Arturo Fernández, ambos
distinguidos por no callarse ni achantarse.
En la política chirría el caso de Rubalcaba, aún hoy sacado
en procesión por los gerifaltes socialistas cuando les conviene, pese a que a
él se deba la definición de gobierno frankestein referido al del doctor
Sánchez. No importa, ya está muerto, y puede servir para tremolar de nuevo su
imagen cual bandera y con ello distraer la atención de asuntos más terrenales.
Su funeral tuvo una carga de elogios directamente proporcional al entrañable
odio de su secretario general. Ye lo que hay, es España.
Con Ardanza me he quedado un poco ojiplático. Pareciera que
él fuera el factótum de la evolución pacífica del País Vasco. Un grandísimo
líder político dice todos los que le conocieron, pero a mí, me viene la imagen
de su patrón en el PNV, Arzallus, el que recogía las nueces caídas del árbol
que los etarras movían, con su secretario Eguibar, troglodita salido de una
cueva guipuzcoana. Difícil que con esos dos vigilando Ardanza tuviera
iniciativa política. Eso sí, le reconozco las buenas formas.
Fueron años de plomo, con una lenta disminución de los
asesinatos de ETA, que coincidieron con el mando del General Galindo en
Inchaurrondo, pero eso no cuenta; ya se sabe que con ETA acabó Zapatero. Ye lo
que sigue habiendo.
Raúl Suevos
A 9 de abril de 2024
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