El chaquetón cruzado
Esta mañana he tenido un vuelco al pasado, como a menudo le
sucede a mí amigo Emilio cuando pasea por las calles de Lugo, eso que en las
pelis llaman flash back. Salía yo de mi pastelería habitual, o debería mejor consignar
como semanal, puesto que sólo entro los domingos a comprarme una espectacular
breva rellena de crema, y ello porque el colesterol no me da para más, cuando,
al cruzar el semáforo, me he cruzado –admítanme la redundancia, que enseguida viene
otra- con un tipo de mi quinta, es decir, un abuelo decrepito, luciendo un chaquetón
de paño gris cruzado. Y los recuerdos me golpearon, quizás abofetearon, que es
más llevadero a mi edad, con mis dos chaquetones cruzados de paño azul.
Y es que sí, yo tuve no uno, sino dos, por aquello del
crecimiento, porque el primero, no teniendo constancia documental, creo que
debo datarlo en lo que hoy llaman pre-adolescencia, época de pajas y dudas –me atrevo
a apuntar esta procacidad porque anoche estuve viendo la Malena de Tornatore en
uno de esos canales que vienen con el paquete audiovisual habitual- y el
segundo, ya en lo que entonces llamaban el bachiller superior, y que aún me
llegó para iniciar mi etapa de opositor fuera de casa, en provincias tan
lejanas como la ventolera Zaragoza.
Mis chaquetones llegaban de muy cerca de casa, de la calle Artillería
del gijonés barrio de Cimadevilla, al lado de la Comandancia de marina, donde
ahora existe un edificio de apartamentos, y en sus bajos, cara al muelle y con
desigual fortuna, intentan sobrevivir distintas apuestas gastronómicas, con
incierto discurrir por el momento; y a mí me fue muy bien con ellos; me
abrigaban, y, permítanme el desahogo, me quedaban muy bien dada mi estilizada figura,
y también la edad. Ye lo que hay.
Esto último, alguno podrá pensar que es autobombo, pero no,
es una mezcla de recuerdos, ya que con el segundo salía de mi casa cuando
lograba mis primeros éxitos con las muchachas, o lo que yo valoraba como tal,
algo muy raquítico, estoy seguro, comparado con la valoración que los
adolescentes actuales harán del mismo asunto, y también por la apreciación del
tipo con el que me crucé en el citado cruce. Y es que, señores, le quedaba
bien, pese al gris, y eso, a ciertas edades, no se puede atribuir a la prestancia
personal, sino a las ayudas, como la que le otorgaba ese estupendo chaquetón
cruzado de paño gris.
Con el chaquetón, el segundo, llegué a Zaragoza, aunque el
internado apenas me dejó oportunidad para lucirlo, pero era una muralla ante el
cierzo, como el de esta mañana, y me gustaría pensar que vuelve a estar de
moda, aunque la edad del portador no lo presagia.
Raúl Suevos
En Zaragoza a 12 de enero de 2025
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