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Hablando de Venezuela

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  Entre el exilio español del presidente electo del país y la detención de dos pardillos de Bilbao por terrorismo, más la verborrea de nuestro inefable ministro de Exteriores, estos últimos días, el país que viera cabalgar al asturiano José Tomás Boves es pasto de las primeras páginas de la prensa. Ye lo que hay. De Venezuela sabemos que tiene desde su mismo nacimiento una larga historia de caudillos militares. Bolívar, que cimenta su trayectoria en la traición a Miranda y la Guerra a muerte al español, dejó ver sus ideas totalitarias en sus proyectos de constitución para la Gran Colombia, Perú y Bolivia, donde se reservaba la presidencia vitalicia. Después de él vendrían muchos espadones, quedando sólo para el gobierno civil una breve época en la segunda parte del siglo XX. Hugo Chávez llega al poder ganando unas elecciones libres, después de amnistía –grave error- tras sangriento intento de golpe previo, y en cuanto llega al Palacio de Miraflores inicia la transformación política

La Caída

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  La película que me viene a la memoria es la que trata de describir los últimos días de Adolf Hitler, encerrado en el bunker de la Cancillería de Berlín, junto a sus más cercanos colaboradores, mientras en torno a él todo se desmorona al paso de las fuerzas devastadoras del mariscal Zukov, enviado por Stalin, y ayudado por la pasividad en el avance de los Aliados al mando de Eisenhower. Me viene el recuerdo cuando contemplo, de la mano de las informaciones que pese a la férrea dictadura consiguen salir, la calamitosa situación en la que Cuba se encuentra, y que no hace más que empeorar cada día, mientras el viejo dictador, Raúl Castro, se mantiene seguro y cómodo en su casa de la Zona cero, en Siboney, en las afueras de La Habana. Durante mi estancia allí, entre 2010 y 2013, la vida ya era bastante dura para el cubano de a pie, aunque existía la esperanza de que, con presidencia Obama, las cosas podrían mejorar. Moratinos ayudaba con la salida de los presos políticos de Fidel, e

Estilos isabelinos

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  En nuestro pasado nacional se habla de dos estilos isabelinos, el más reciente pertenece a Isabel II, aquella niña huérfana criada entre los variados intereses políticos de su época, y que acabara sus días en Paris tras ser expulsada por la llamada Revolución gloriosa, si bien fuese más bien una tragicomedia, como casi todo lo nuestro. Su estilo, centrado en lo mobiliario, se considera pretencioso y aparente, sin substancia. El otro tiene más fuste, como la Isabel I que le da nombre, sin duda una de las más grandes dirigentes de la historia mundial, y abarcaba todas las artes, con principal muestrario en la arquitectura, donde desarrolla, a partir del gótico flamenco, un estilo propio del que aún disfrutamos en los monumentos de España. Un estilo personal que dejó su principal huella en la evangelización de América. Mal que a unos y otros les pese. En la actualidad también tenemos estilo isabelino. Viene este de la mano, cabría decir que también de la sonrisa, de Isabel Ayuso, di

Culete de emigrante

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  A algún foráneo los malos pensamientos podrán llevarle a intuir en el título que abre esta tribuna algo que está lejos de mis intenciones en este final cuasi otoñal del mes de agosto. Un remate que, tras la Semanona, viene marcado por la Semana de la sidra, con su ya tradicional intento de record Guinness, y, especialmente, el concurso regional de escanciadores; certamen en el que, de nuevo, han brillado particularmente los echadores de sidra de origen emigrante. Afortunadamente, habría que añadir. Y es que hoy en día, en muchas de nuestras sidrerías, es habitual que el culete nos lo sirva un profesional venido de fuera, generalmente de Hispanoamérica, porque, no nos engañemos, el sacrificado oficio de la hostelería no cuenta con suficiente atractivo para nuestros jóvenes, que además de pocos, prefieren otros derroteros, menos sufridos y mejor pagados. Ye lo que hay. No sólo en las sidrerías, también en otros oficios, como la construcción, obras públicas, la pesca, y, en general,

Tirano Banderas y sus valedores

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  Es esta novela de don Ramón del Valle-Inclán una obra que conviene siempre tener a mano, pues si bien se desarrolla en un país ficticio, como suelen hacer los militares a la hora de plantear sus ejercicios y maniobras, la realidad que trataba de reflejar se encontraba en la mayoría de países hispanoamericanos, por no decir todos ellos. Santos Banderas, el protagonista, es el dictador de Santa Fe de Tierra Firme, cuyo nombre se inspira, aparente y doblemente, en Colombia y Venezuela, y es un tirano odioso y cruel que acabará cayendo mediante un movimiento revolucionario. Su imaginaria trayectoria vital podría recordar a muchos otros, desde Tacho Somoza a Leónidas Trujillo, sin olvidar al clásico Porfirio Díaz, o las ominosas ternas de las Juntas argentinas. El caso es que es tan amplio el muestrario que, en la literatura iberoamericana, se desarrolló un género específico dedicado a los dictadores. La situación actual nos deja a Raúl Castro y Daniel Ortega, Cuba y Nicaragua, países

Tarde de toros

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  Es una cita que me pongo como obligatoria en el calendario. Al menos una corrida de la feria de Begoña en Gijón, y si es posible alguna más. Y este año tocó el sábado visitar la hermosísima plaza, añeja ya de más de 130 años y con casi 10 mil asientos. Mis conocimientos taurinos han sido siempre precarios, pese a que desde niño mi padre, que en un lance singular llegó a finiquitar un toro que Palomo Linares fue incapaz de lidiar y hubo que devolver a corrales, me llevaba con él a la plaza todos los años. Algo que, por cierto, no me produjo traumas infantiles, más allá del humo de tabaco que entonces se consumía en grandes proporciones en los tendidos, a diferencia de lo que hoy pasa. El caso es que, como aficionado de tercera, presto atención a los detalles más allá de la propia lidia. Por ejemplo los aledaños de la plaza, con cierre de calle e instalación de terrazas, donde se concentran grupos y pandillas de aficionados para comer, e incluso tomar el primer cacharro antes de en

El oro de Ucrania

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  Mirando el medallero de la Olimpiada de París me encuentro con una Ucrania situada por detrás de España, con dos oros menos y doce medallas en total. Quizás poco para lo que ese gran país solía lograr en ese magno evento deportivo, pero no debemos olvidar que son ya más de dos años los que lleva sufriendo una cruel e injustificada invasión de su territorio a cuenta de la Rusia de Putin. Un ataque que se ha llevado por delante la vida de muchos de sus deportistas, caídos en los frentes de batalla o bajo el peso de la ruleta mortal de los bombardeos indiscriminados de las ciudades ucranianas. Pese a todo, ahí están los atletas ucranianos, liderados, por aquello del record, por una estratosférica Yaroslava Mahuchikh, que se elevó ingrávida por encima de los dos metros y diez centímetros. Un golpe de moral, sin duda, para Ucrania. Pero el auténtico oro de los ucranianos se encuentra en su patria, en su territorio, en los bienes materiales y artísticos destruidos o robados por los inv