Mensaje navideño
No sé por dónde empezar. ¿Quizás por las puertas de mis
vecinos que hacen parecer desnuda y descarnada la de mi casa? Uno ha colocado
unas enormes tiras con lazo que hacen parecer la suya como un paquete de regalo
enorme, como anunciando una especie de centro comercial tras ella misma, o algo
así. Los otros dos cuelgan adornos de árbol navideño, con pinta de haber
llegado a precio módico desde la laboriosa China de Xi Jinping, con la salvedad
de que proponen un muy yanqui Merry Christmas. Casi que me quedo con mi
desolada puerta, la misma que no se abre cuando los pocos y bullangueros niños
de la comunidad vienen a pedir caramelos con ocasión de esa fiesta importada
del Halloween. No me gustan las importaciones culturales populares, y menos las
yanquis. Ye lo que hay.
A mí me gustaba la Navidad de mi infancia. Que no era pobre
de solemnidad pero si parca en bienes y regalos. Traía, en cambio, al menos en
mi barrio popular de La Calzada gijonesa, un montón de vivencias, mucho más
enriquecedoras que los caramelos venidos de los USA; como aquellas castañuelas hechas
con dos listoncillos de madera, con los que algunos lograban percusiones dignas
de un conservatorio. Yo no, yo iba bastante justo en el asunto. Pero con ellas
nos reuníamos el pequeño grupo de guaḥes y nos íbamos a cantar villancicos
a las puertas del vecindario, con un repertorio del que el tiempo sólo me ha
dejado el recuerdo de aquel: “nel picu d’aquel monte hai un perru cagando, pa
los dueños d’esta casa que nun mos dan aguinaldo”. Pieza que supongo no contaba
con más estrofas pues siempre salíamos de estampida tras la primera. Ye lo que
había.
En Cimavilla, mi segundo barrio, recuerdo la ansiedad de la
Nochebuena, ya adolescente, pues tras la Misa de Gallo, lo suyo era recorrer en
cuadrilla las casas de las mozas coetáneas, donde éramos agasajados por unos
padres que, supongo, consideraban más prudente y seguro mantenernos al alcance
del ojo que no vagando por las callejas de entonces. Una costumbre que dudo que
el tiempo haya mantenido.
En la decoración urbana tampoco me emociona lo que observo. Una
profusión de luces y colores de todo tipo en la que la ausencia de motivos
relativos a la Navidad-Natividad del Señor, es el lugar común en la mayoría de
ciudades de España, con la excepción, en Gijón, de la Estrellona y el luminoso
pesebre de San Pedro. Por ello en casa nos esforzamos en mantener el pequeño
Belén, con el añadido de los dos guardiaciviles dándole seguridaad al Niño, un
poco como la UCO hace con todos nosotros.
Feliz Navidad.
Raúl Suevos
A 19 de diciembre de 2025
Traducción en asturianu en abellugunelcamin.blogspot.com
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