La Toma de La Habana por los ingleses

La Toma de La Habana por los ingleses
El 13 de agosto de 1762 por acuerdo de la Junta de defensa de la ciudad de La Habana se izó bandera blanca sobre la misma. Los ingleses eran dueños de la ciudad.
Visto así parece un escueto parte de guerra pero detrás hay para contar muchas cosas, y aunque son bastantes los libros a ello dedicados parece conveniente en este 250º aniversario dedicarle, al menos, un sencillo repaso. Los héroes del Castillo del Morro es lo menos que se merecen.
Los antecedentes
La Toma en si misma fue muy costosa para los ingleses y si bien España la recuperó mediante un Tratado, no es menos cierto que los ocupantes estaban enclaustrados en la ciudad sin posibilidad de extender su dominio a la isla. Pobre consuelo para España ya que la importancia venía dada por la estratégica posición de la bahía habanera en las rutas de Indias. Pero tenemos que irnos bastante atrás porque la ocupación no fue un capricho sobrevenido al soberano inglés, al contrario, los británicos venían ya de mucho tiempo atrás intentándolo. Un vistazo rápido nos pondrá en onda sobre la atracción que la ciudad les suponía.
En enero de 1586 el famoso Francis Drake asalta la ciudad de Santo Domingo, de poco atractivo económico comparada con La Habana, y tras pegarse un garbeo muy rentable por Cartagena de Indias aparece ante La Habana el 29 de mayo para encontrarse con una ciudad aguerrida y lista para darle “candela” como diría un habanero de hoy en día. Tras mostrarse ante la ciudad parte hacia el norte, canal de Bahamas arriba y de paso, antes de enfilar hacia su tierra, asuela la ciudad de San Agustín.
Con la muerte en 1700 de Carlos II  y la Guerra de Sucesión se inicia un siglo muy movido en Europa y de rebote en el Caribe. Los ingleses parecen obsesionarse con La Habana. Es un desfile lo que se observa aunque los resultados son más bien escasos. En junio de 1703 al mando del Almirante Walker 35 buques se presentan ante la ciudad pero no debieron verlo muy claro porque se retiran sin una salva. No pasa mucho tiempo, marzo de 1707, y esta vez será una escuadra angloholandesa la que prueba suerte pero los cañones del Morro y unas cuantas descargas sobre las lanchas de las aguadas les convencen de la inconveniencia del intento.
Con la Paz de Utrecht se apacigua la cosa con Inglaterra pero solo hasta 1726 que recomienza y, un año más tarde, se presenta el aAlmirante Hossier con una potente escuadra ante la ciudad y durante una semana alardea ante la misma. Una epidemia le hará desvanecerse, tanto que, el mismo, muere por sus efectos.
Vendrá después una década larga de paz hasta que con la llamada guerra “de la oreja de Jenkins” la movida retoma fuerza y esta vez será el inefable Vernon el protagonista…sí, el de la inabarcable autoestima, tanta que hizo fundir anticipadamente las medallas conmemorativas de la Toma de Cartagena de Indias con nuestro inmortal Blas de Lezo, el “mediohombre”, en genuflexión ante él. Le dieron para el pelo. Pero no nos adelantemos.
En 1740 el tal Vernon se presenta en el Caribe y toma Portobelo sin mucho esfuerzo, particularmente porque solo se guarnecía en fuerza cuando la escuadra con los galeones de Suramérica se reunía antes de juntarse con la de Nueva España (Méjico) en La Habana, desde donde partían en convoy para España. Aún así, en Londres lo festejaron como si fuese Lepanto. Hasta le dedicaron una calle, hoy en día bastante famosa, Portobello Road. Cosas de la propaganda.
Lo de Portobello debió darle una imagen confusa de la realidad porque el 4 de junio se presenta ante La Habana con 57 buques, una formidable escuadra, con la que durante dos meses se pasea a lo largo de la costa sin atreverse a desembarcar ni a enfrentarse con la artillería del Morro. Ni las aguadas le salen baratas. Descorazonado desaparece de las costas cubanas.
Detrás de él llegara el Almirante Knowles  como comandante de la base británica de Jamaica, y éste también porfiará en su empeño contra la corona española cosechado más fracasos que éxitos. Su último intento será contra La Habana ante la que se presenta con mediana escuadra en octubre de 1748; allí le sale al encuentro el almirante Andrés Reggio que con menos potencia de fuego se bate duramente, volviéndose al final cada uno para su lado, los dos bastante dolidos.
Este almirante sin embargo será el más dañino para la ciudad pues se ve que, habiendo quedado muy escocido con sus peripecias, al final de su mandato caribeño, en 1756, pasa en visita de cortesía por la ciudad y, como entonces las visitas se dilataban más que ahora, al tipo le da tiempo para efectuar un completo reconocimiento del terreno y redactar un plan de ataque de la ciudad. Este plan lo entrega en el almirantazgo en Londres y será la base para el ataque terrestre de 1762.
El tiempo pasa y Cuba crece económicamente, no sólo es su importancia estratégica para la flota de Indias, su capacidad, ya entonces, en la fabricación de azúcar la hacen especialmente apetecible para los fabricantes de ron en las colonias de América del Norte y su Arsenal se ha convertido en uno de los más importantes del mundo con una sierra hidráulica y una torre de arbolar que eran maravillas de su época. Empleaba al parecer hasta 3000 asalariados directos.
Los preparativos
Y ya llegamos al momento de la historia. La guerra está en Europa, Inglaterra y Francia, como de costumbre, lo malo para nosotros es que a Carlos III se le ocurre firmar el malhadado Pacto de Familia y ya se sabe que, con la familia cariño, pero no negocios.
Conocida la noticia por los ingleses, al Primer Ministro Willian Pitt le falta tiempo para declarar la guerra a España y rápidamente, tan rápido que parece sospechoso, ponen en marcha un plan de ataque que cuenta como diversión con un asalto a Martinica, una osada travesía naval por aguas casi desconocidas y el ataque terrestre final basado en el proyecto de Knowles.
El plan general es obra de Lord Anson, entonces Primer Lord del Almirantazgo y un tipo muy capaz, que encarga al almirante Rodney la toma de Martinica con todo tipo de publicidad y así logra que en La Habana piensen que la cosa no va con ellos. El negocio le sale perfecto pues el 13 de febrero, tras un mes largo de asedio, cae la isla francesa y los ingleses cuentan con una nueva base, y más importante aún, con la mitad de la fuerza necesaria para La Habana, lista y fogueada.
En esta expedición ya había, al parecer, una nutrida presencia de combatientes de las “trece colonias” quienes después participarán en la Toma de La Habana e incluso enviarán los refuerzos finales. Para algunos historiadores cubanos representaría una prueba irrefutable de los antiguos e irrefrenables deseos de posesión norteamericana sobre la isla. Vaya usted a saber.
Mientras tanto, en Inglaterra, Lord Anson no paraba y le daba el mando de una segunda escuadra al Almirante George Pocock, uno de los mejores de su generación. Con él, y al mando de las tropas de tierra iría George Keppel, Conde de Abermale, valiente y con gran autoestima; para remediar sus carencias técnicas le coloca un segundo de gran nivel, el General George Elliot, quien algún tiempo después nos haría fracasar con su tenaz defensa en el intento de recuperar Gibraltar.
La escuadra inglesa
A finales de abril ya están todos reunidos en la capturada Martinica. Los tres George y un magnifico plantel de jefes subalternos aguerridos y experimentados cuentan con unos 12.000 hombres para asaltar La Habana y ello sin contar el potencial de fuego y hombres que suponía la formidable escuadra compuesta por unos 30 navíos, 25 fragatas y más de 150 transportes de tropas y bagajes. A  ello habría que añadir unos miles de esclavos negros traídos de Jamaica para cavar trincheras y otros trabajos mecánicos.
La escuadra toma la dirección del Paso de la Mona y tras reunirse en la zona del Cabo San Nicolás con los buques enviados de Jamaica comienza, a las órdenes de Pocock, la parte quizás más peligrosa de toda la operación, el paso de la Canal Vieja de Bahamas. Estrecha, con bajíos en unas zonas y peligros arrecifes de coral en otras. Una fragata de exploración, la Richmond, se encarga de dejar fogatas de referencia en los puntos más peligrosos. Esto y las indicaciones de la carta de navegación suministrada por Anson en Londres les lleva a presentarse el 6 de junio por la mañana al este de La Habana.
El desembarco
El día 7 comienzan las hostilidades con un gran despliegue de Pocock ante la ciudad con fines de distracción. En él, llega a iniciar un desembarco sobre la Chorrera, mientras, el resto de la flota, aplica intenso cañoneo sobre Cojimar y Bacuranao, las dos pequeñas villas 15 kms al este de La Habana. En estas primeras acciones participan fuerzas regulares y también milicias de las villas de esa zona, particularmente las de Guanabacoa al mando de su regidor José Antonio Gómez “Pepe Antonio” quién habría de distinguirse en varias ocasiones en esos días.
El desembarco es una obra maestra de ejecución anfibia para la época, la preparación por el fuego, los lanchones planos especialmente diseñados para el desembarco y, sobre todo, la perfecta ejecución de los movimientos que sugieren un notable adiestramiento previo. Al cabo del día, y tras algún rechace inicial, los ingleses tienen ocupada la playa y más de 10.000 hombres se preparan para la operación terrestre.
La ciudad de La Habana
La ciudad no estaba desguarnecida. La colina de la Cabaña había visto el comienzo de los trabajos de fortificación a la llegada de Prado pero éste los había abandonado en beneficio de otros que creyó más oportunos. Ahora, ante el peligro, ordena ocuparla y cavar trincheras así como el emplazamiento de un cierto número de cañones.
En la zona de la bahía, además, la ciudad contaba con el imponente castillo del Morro, aunque su factura se había quedado obsoleta ante la artillería de la época. En el otro lado, cerrando la entrada, se encontraba el Castillo de la Punta, de importancia en caso de intento de forzar la entrada naval pero de poca utilidad ante lo que se preparaba. Y ya en la bahía, en la linde de la propia ciudad, quedaba el Castillo de la Real Fuerza, superado mucho antes su emplazamiento por el propio crecimiento de la ciudad.
En el lado de tierra la ciudad contaba con una más que aceptable muralla que se complementaba con la zona del Vedado, así llamada por estar prohibida la construcción en ella precisamente con fines defensivos. Más allá, al oeste, donde hoy finaliza el Malecón, se encontraba y aún allí sigue, el castillete de la Chorrera.
Finalmente, en el interior, la colina que hoy alberga el Castillo de Atarés y que durante el asedio fue ocupada y fortificada a la carrera con más que aceptables resultados, dando así que pensar sobre lo que hubiese sucedido en la Cabaña si la desidia no hubiese imperado en la Capitanía General.
La Fuerza no era desdeñable ya que entre los regimientos de la plaza, las milicias de la propia Habana y las de los alrededores acuarteladas en la ciudad, más la marinería e infantería de marina, algunos autores cifran los defensores en más de 10.000 individuos.
En el puerto se encontraban en ese momento diez navíos que suponían junto a los mercantes artillados una fuerza nada desdeñable pero que como veremos de poco sirvió ante la decisión de Prado de taponar la entrada hundiendo dos de estos navíos. Con ello la ciudad quedaba perfectamente aislada por mar y perdía la capacidad de enviar esa fuerza en corso a hostigar a los ingleses que pudieron de esta manera despreocuparse de su retaguardia marina.
Algo bueno sí hizo Prado y ello fue enviar al Capitán de navío  don Luis de Velasco e Isla a encargarse de la defensa del Morro. Junto a él, llegaría más tarde, el también Capitán de navío Marqués de González. Ambos escribirían páginas de gloria antes de perecer en la defensa a toda costa del puesto encomendado.
El largo desenlace
Una vez consolidado el desembarco, los ingleses se lanzaron hacia el sur, sobre la ciudad de Guanabacoa, a la que logran tomar sin que el comandante de las fuerzas españolas oponga una gran resistencia antes de replegarse apresuradamente sobre La Habana. Esto llevará a que las milicias que dirigía “Pepe Antonio”, al que quizás habría que adjudicar las primeras “cargas al machete” en Cuba en lugar de las que la historiografía oficial pretende adjudicar a Máximo Gómez durante las guerras de emancipación cubanas, pasen a operar de manera cuasi independiente y lleven a cabo acciones de gran mérito durante el periodo del asedio.
A continuación, Abermale envía una columna avanzando desde Cojimar por la costa en dirección al Morro y, al tiempo, el Almirante Pocock se planta ante La Chorrera, al oeste, defendida por el Coronel de milicias Aguiar, y tras un bombardeo que deja el fortín en escombros, le obliga a retirarse. Desde allí avanzaran con cierta comodidad para apoderarse de la loma de San Lazaro, donde se encuentra en la actualidad el famoso Hotel Nacional y también, aún, la batería de costa española que en el 98 mantuvo a raya a la flota norteamericana.
La siguiente estupidez de Prado, en contra del parecer de Velasco, será abandonar la loma de la Cabaña, que habían ocupado poco antes, en cuanto los ingleses les atacaron el día 11, y despeñar los cañones en ella emplazados. Velasco pronosticaría grandes males para la defensa del Morro y por ende de la ciudad.
Desde el día siguiente Velasco puso todo su empeño en entorpecer los trabajos de fortificación inglesa usando al máximo su artillería. Pese a ello, los esclavos traídos de Jamaica es de suponer que hicieron su tarea y los ingleses fueron emplazando sus cañones y utilizándolos en un crescendo que llegaría al climax el 30 de junio con 630 proyectiles caídos sobre el castillo.
El primero de julio los ingleses intentan un asalto para lo que envían 4 navíos a posicionarse frente al Morro en apoyo al ataque terrestre. La acción es desigual ya que las baterías del Morro deshacen a los ingleses obligándoles a retirarse con graves pérdidas y abortando así el ataque terrestre.
El mes de julio será un constante machaqueo del castillo que ve reducirse día a día su capacidad de fuego y sufre una constante perdida en el número de sus defensores, entre ellos Velasco que es herido y evacuado el día 15. Los ingleses, además, comenzarán los trabajos de zapa en dos minas que deben dar la clave del asalto final.
No todo era fiesta del lado inglés ya que el fuego del Morro, si bien escaso, era efectivo y conseguía provocar en varias ocasiones el incendio de las baterías inglesas que eran reconstruidas por los esclavos jamaicanos que se hace necesario reforzar con unos 1500 suplementarios. Al mismo tiempo, el constante acoso de las milicias de un lado y, más dañino, el clima y la enfermedad hacían que Abermale mirase con preocupación el calendario temiendo que, una vez más, hubiese que levantar el asedio por culpa del desgaste.
El reemplazo temporal de Velasco supondrá una defensa más pasiva del Morro y facilidades para los ingleses. El 22 se produce un intento de asalto a la Cabaña que es rechazado con fuertes pérdidas españolas y mayor desmoralización de Prado y sus acólitos. Aunque no todo son desgracias, las milicias recuperan San Miguel de Padrón y Guanabacoa lo que muestra que los ingleses no podían ampliar demasiado su despliegue. El 23, Velasco, apenas recuperado de sus heridas, vuelve al Castillo llevando como segundo al Capitán de navío Marqués González que competirá con él en arrojo y valor.
El desenlace se aproximaba, por una parte las minas estaban casi terminadas y el 27 llegan los esperados refuerzos de Nueva York, frescos y listos para un ataque final. Por su parte Velasco informa a Prado del estado lamentable del castillo y pide instrucciones contestándosele que actúe según criterio, o lo que es lo mismo para un oficial íntegro, resistir hasta el final. Hay quién piensa que, a Prado, tener a Velasco en la ciudad le hubiese impedido, quizás, rendir la ciudad.
Al mediodía del 30, a la hora de fajina, los ingleses hacen saltar la mina bajo el baluarte del este y por el entran 5 regimientos. Velasco cae malherido y el Marqués González morirá defendiendo la bandera. Con ellos caen otros muchos del regimiento fijo de La Habana y también de los de Aragón, España y Palma. Los negros y mulatos serán pasados a cuchillo en represalia por las cruentas incursiones que habían llevado a cabo durante al asedio. Tras una hora de combate el castillo es inglés.
En los días siguientes Prado sigue tomando decisiones erróneas. Abandona el campo abierto ante la ciudad en manos de los ingleses y hace entrar las unidades de milicias intramuros; más tarde, cuando Abermale primero le ofrece la rendición y después desencadena toda su potencia de fuego sobre la ciudad, el Capitán general desarma a las milicias y el día 6 de julio rinde la plaza.
El epilogo
La Paz de París devolverá la plaza a la corona española, tan solo once meses más tarde, pero el paso de los ingleses dejará huellas importantes ya que la apertura del comercio llevada a cabo en el periodo hará que ya todo sea diferente. A partir de entonces el pacto no escrito entre la metrópoli y la burguesía criolla hará que la isla crezca económicamente, sin pausa, y se convierta en la región más rica de la zona. El azúcar, que crece desmesuradamente, será el monocultivo responsable de todo lo bueno y lo malo e, indirectamente, hará que el equilibrio de poder impida el desarrollo de las corrientes emancipadoras que triunfarán en el continente 50 años más tarde. Cuba seguirá española hasta que los EUA, finalmente, intervengan en 1898.
En lo militar, la construcción de la enorme fortaleza de la Cabaña, la reparación del resto de las obras defensivas, así como las nuevas fortalezas y castillos como Atarés y el Príncipe, iniciadas apenas recuperada la plaza por España, supondrá unas gigantescas inversiones para la Corona, así como la recuperación del Arsenal pero, quizás, lo más importante para el ejército será el desarrollo de las milicias territoriales con mando criollo, llevado a cabo por el General O’Reilly en la isla y trasladado, vista su eficacia, al resto de América en años sucesivos.  
Finalmente, a Prado y sus subordinados se les abrirá proceso del que el Capitán general saldrá muy malparado. También el almirante Gutierre de Hevia, marques del Real Transporte, comandante de la flota y al que no se le ocurre ni ponerle fuego para impedir que los ingleses se apoderen de ella. La gloria ganada por Velasco y  Marqués González la disfrutarán sus hermanos que verán llegar títulos de nobleza concedidos por el rey.

BIBLIOGRAFIA
Cuba, la lucha por la libertad, Hugh Thomas, Ed. Debate, Madrid, 2004
De Cristobal Colón a Fidel Castro, Juan Bosch, Ed. Alfaguara, Barcelona, 1970
El Real Arsenal de La Habana, Ovidio Ortega Pereyra, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1998
Inglaterra y La Habana 1762, Gustavo Placer Cervera, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2007
Toma de La Habana por los ingleses y sus antecedentes, Cesar García del Pino, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2002
Los defensores del Morro, Gustavo Placer Cervera, Ed. Unión, La Habana, 2003
Ejército y milicias en la Cuba colonial, Gustavo Placer Cervera, Ed. Embajada de España en Cuba, La Habana, 2009
El Santísima Trinidad, un gigante de los mares regresa a La Habana, Marcelino González/Ken Woods, Ed. Embajada de España en Cuba, La Habana, 2009
La Habana en el Mediterráneo americano, Arturo Sorhegui D’Mares, Ed. Imagen Contemporánea, La Habana, 2007




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  1. Publicado en la Revista Ejército en abril de 2012 http://www.ejercito.mde.es/Galerias/multimedia/revista-ejercito/2012/R_Ejercito_853.pdf

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